Poveglia.

4.7K 124 8
                                    

La alarma sonó a las 6:00 de la mañana del sábado, desperté medio eufórica. Algunas irían a Venecia cogiendo el autobús, otras en coche y solo yo iría en moto. No me preocupaba mucho la idea de estar agarrada a su espalda durante horas.

Me gustaban los viajes de carretera, siempre que tengas una buena compañía y buena música de fondo.

Preparé café e hice una maleta sólo con una ropa de cambio. No podría llevar algo muy grande en la moto. Habíamos quedado pronto por el simple hecho de que para ir a Poveglia había que coger una lancha, y alquilarlas por la mañana salía mucho más barato.

La casa estaba completamente en silencio, por lo menos yo iba a aprovechar bien el puente.

Edgar me llamó al móvil.

—Ya estoy en tu puerta.— miré el reloj. Las ocho de la mañana.

—Bajo—Le colgué. Tenía que enviar un mensaje por el grupo para saber si ellas ya salían, abrí el WhatsApp y leí que la mayoría ya estaban en el autobús, entonces no había problema.

Salí de casa con algo simple, Edgar estaba esperándome. Me dio un abrazo breve.

En este tiempo podría escapar, ser yo. Agarrarle fuerte, tan fuerte, incluso asfixiarle. Le olí la nuca, olía a ese perfume que me hacía perder tanto la cabeza, el que me traía miles de recuerdos.

Arrancó y me balanceé un poco para a delante, tanteé con mis manos hasta llegar a su cintura y me dejé llevar.

Escapar, esa era la palabra digna de lo que sentía. Dejar kilómetros y penas atrás. Viento, velocidad, perder la cabeza, incoherencia, respirar, inspirar, llenar los pulmones de aire, pero aire mezclado con su perfume.

Ahora sí, me encontraba bien conmigo misma, adoptada seguridad con la protección de su espalda delante de mí. Me hubiese gustado que el viaje se hubiese echo para algún otro sitio, preferiblemente un desierto, diré el lugar en concreto, nevada, estados unidos, recorrer toda la gran carretera agarrada a su espalda, y al final lograr ver el cartel de “Welcome to the fabulous Las Vegas, Nevada” ni de coña el lugar a donde querría viajar o pasar mi luna de miel, si llego a casarme, cosa que dudo claro está, no serían Las Vegas, sería ese ese espacio de paz entre Las vegas.

Estaba tan inmersa en mis pensamientos que ni si quiera me enteré de cuando Edgar había parado en un pequeño aparcamiento de lo que parecía un restaurante de carretera.

Bajé de la moto y lo primero que hice fue hacerme una coleta, vaya por dios, no estaba acostumbrada al calor, y un día así aquí era para recordar.

Miré fijamente la línea que marcaba la zona límite del aparcamiento. Añadí un detalle más a mi viaje perfecto, moteros, me encantaría ver a un grupo entero de estadounidenses con bigote y brazos quemados debido a llevar tantas horas conduciendo, asentados en un aparcamiento mientras bebiendo whisky barato y con una flamante música “country” que viniese del interior del restaurante, me encantaría montarme en el asiento trasero de uno de esas preciosas “Harley’s” solo para dejarme llevar con un desconocido con chupa de cuero y parches de grupos por todas partes.

Edgar chasqueó los dedos —¿Holaaa? Tierra llamando a Nina.—Sacudí la cabeza y le miré. —¿Qué pasa?—insistió.

—Nada solo andaba pensando.

—Como siempre— suspiró —Bueno, ¿vamos?

—Entra tú, tengo que llamar a Carla.

—Como quieras— Dio media vuelta, jugueteé con el móvil y tardé más de lo que hubiese tardado en otra ocasión en buscar su número. Cuando me aseguré de que había entrado y de que no podría oírme, llamé. Sonó el primer pitido…el segundo…el tercero, me estaba desesperando.

Punto muerto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora