Capítulo 33: Venganza Agridulce.

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Amor.

Desde el momento en que Anne nació, estuvo rodeada del infinito y cálido amor que su madre le profesaba.

Sus suaves brazos la arropaban hasta dormir, y al despertar, volvía a saltar hacia ellos, quienes siempre la recibían con la ternura que solo una madre amorosa podía tener.

Así fueron sus primeros años, suaves, como los nítidos rayos de luz solar que entraban por una ventana en primavera en aquella pequeña habitación que compartía con su madre y donde vivió toda su infancia.

En aquel momento, jamás imaginó que una tormenta se ocultaba tras su despejado cielo azul.

Y que pronto, aquellos días de primavera, se volverían en lo que mas tarde parecería un eterno invierno.

Cuando aún era muy pequeña para trabajar, Anne recordaba esperar, sentada en una dura cama, a su madre, hasta las altas horas de la noche.

Muchas veces, se quedó dormida y al despertar, ella se había marchado nuevamente.

Aún así, en sus sueños podía escuchar los leves sollozos de una pobre mujer.

Como si fuera una melodía que evocaba a la tristeza, se repetían cada noche, y aquellos lamentos solo eran acompañados por la cruel luna, quien siempre observaba todo en un distante silencio.

Conforme pasaban los años y Anne crecía, no solo se fue formando como mujer, sino que también, comenzo a prestar atención a detalles que antes no notaba.

O quizas, el mundo que poco a poco, se volvía cada vez mas cruel, ya era algo imposible de ignorar.

Anne, recordaba las oscuras ojeras en el fino rostro de su madre, y también, las heridas rojas en sus hermosas manos. Al principio, creía que se trataba de las heridas hechas por la aguja cuando debía remendar un vestido, o las quemaduras producidas por tomar una olla caliente.

Pero cuando ya tuvo la suficiente edad para trabajar, supo que todo era una simple fantasia.

Pues lo había vivido en carne propia.

Las ojeras en sus ojos, eran por trabajar hasta muy tarde, las heridas en sus manos, correspondían al látigo que la Duquesa usaba en su muñeca izquierda a modo de brazalete, y con el que castigaba a los sirvientes que ella creía habían hecho mal su trabajo.

Aunque todos sabían, que solo lo hacia por gusto.

Finalmente, las quemaduras de sus dedos, eran hechas por las misma doncellas quienes, empujadas por la ira, hacia la sangre noble que corrían por sus venas, la sujetaban contra la estufa hasta que ya se podía olfatear el olor a carne quemada.

<<Cuando yo dormía plácidamente, ¿Esto es lo que sufrirás, mamá?>>

Se preguntó Anne miles de veces.

El tiempo paso, y sus heridas gradualmente dejaron de doler, pues fue otro tipo de dolor el que se filtraba por su corazón como una gotera.

El dolor que le provocaba imaginar a su madre en aquellas situaciones.

Pronto, cualquier tipo de sentimiento simplemente desapareció, dejando unicamente la culpa en su lugar.

Fue en su cumpleaños número trece, mientras que su madre sufría una fuerte fiebre por las heridas mal curadas de su cuerpo y en medio de su delirio, que se enteró de la verdad de su nacimiento.

Anne no solo era la hija de una noble caída, sino que también, era la hermanastra mayor de Calesta Meltad, aquella joven ama que fue la principal responsable de sus desdichas.

¡Salvare a la Rosa de Marchitarse!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora