Capítulo 35: Un Dulce Instante en una Repetitiva Pesadilla.

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Silencioso.

En los últimos tres días, el palacio de Gelia se había vuelto sumamente silencioso.

Los pasillos estaban inundados en soledad y oscuridad, como si de a poco toda la luz se hubiera ido extinguiendo gradualmente.

O quizas era Orión, quien poco a poco se iba apagando.

Nada le divertía. Todo carecía de humor, de chispa.

Incluso practicar con la espada, ya no le apetecía en lo más mínimo. Con suerte lograba dar unas pocas órdenes al ejercito durante su entrenamiento.

Nadie podía comprender porqué el revoltoso segundo príncipe de Gelia se había convertido en una simple sombra, sin ganas de nada.

Algunos decían que era porque la salud de su padre le preocupaba. Otros, que quizás el segundo príncipe, simplemente, se había aburrido de aquello que no provocaba sangre.

Incluso, corría el rumor de que todo era una escusa de su parte para no asistir a las reuniones de las naciones aliadas.

Sentado frente al gran ventanal de su habitación, giro la copa de licor en su mano.

No importaba realmente que tipo de cosas dijieran sobre el, poco le interesaba.

Pues había una única verdad que ninguno de ellos podía siquiera imaginar.

Hace tres días, aquello que le brindaba emoción, aquella extraña sensación de calidez que había descubierto y que se había vuelto una adicción, se había marchado.

Junto con la joven de extrañas joyas violetas.

—¿Han pasado tres días o tres meses?—Se pregunto a si mismo mientras observaba la brillante luna llena.

El tiempo parecía ir mucho más lento y junto con el correr del mismo, el pensamiento de arrepentimiento se había vuelto costumbre.

¿Cuantas veces el se había arrepentido de algo en esta vida?

Nunca. Jamás.

Hasta ahora.

Por ello, aquel sentimiento le fastidiaba.

No importaba cuanto se repitiera a sí mismo que todo era por un bien mayor, que todo era para que este horrible juego, acabase.

Incluso asi, ninguna palabra de aliento podía provocar que el se sintiera mejor.

Quería ver a su hibrida.

Aquellos ojos que le incitaban a molestarla, a querer jugar con ella, se habían ido.

La fría e indiferente personalidad de aquel ser, era algo que le fascinaba.

Sin contar la inminente necesidad de ver y adueñarse de cada una de sus emociones.

De sus días, tardes y noches. De monopolizar su tiempo y pensamientos.

Suspiro.

El conocía muy bien las miradas cargadas de rabia y desafio que la joven le brindaba.

Pero al caer el anochecer, cuando la soledad pasaba aún más en su habitación, no podía evitar pensar en cómo seria su rostro al sonreír sinceramente.

¿Como ser verían sus mejillas sonrojadas?

¿Y una mirada avergonzada?

¿Quizás una de deseo? ¿Lujuria?

...

¿De amor?

Sacudió su cabello con fuerza en un intento de despejar aquellos pensamientos.

¡Salvare a la Rosa de Marchitarse!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora