Capítulo 36: La Corte.

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Cansada.

Luego de pasar dos días más en aquel carruaje, podía decir con certeza, que estaba verdaderamente cansada.

Día y noche transcurrieron en constante movimiento, pocas fueron las veces donde paramos unas horas para comer.

Estaba agotada. Pero aun así, comenzaba a acostumbrarme a este estilo de vida.

<<Pero no será eterno.>>

Suspire.

A pesar de todo, Mirea y los demás guardias, parecían visiblemente cómodos, supuse que ellos ya estaban acostumbrados de sobra a viajar durante prolongados períodos.

Aun así, aproveche este tiempo para observar su comportamiento.

Descubrí que todos eran buenos amigos, en la cena, se sentaban juntos y bromeaba con miles de historias pasadas que yo desconocía.

Parecían confiar uno en el otro de forma ciega, y el respeto que guardaban hacia su capitana, era algo sincero.

<<Parecen... Una familia.>>

Aun asi, había tratado de mantenerme al margen de la situación, me dedicaba a observarlos desde lejos, pues sin importar cuan amigables parecieran, no sabia si podía confiar en ellos.

<<No después de lo de Asmed.>>

La primera persona de La Corte que había conocido, y que se había encargado de ocultarme gran parte de la verdad.

<<Pero nos volveremos a ver.>>

Primero, cumpliría mi promesa. Luego, me encargaría de lo demás.

Sacudi mi cabeza y mire con pereza al guardia dormido frente a mi.

Cabello castaño caía por su frente, mojado por su propio sudor, su piel bronceada había adoptado un tono verdoso.

Parecía solo un poco mayor que yo.

Rápidamente me había dado cuenta que no era un dragón.

<<Pero viene de La Corte.>>

Aquello me extraño.

—Ugh...

—En verdad debe doler.—Susurre para mi misma.

Pero a pesar de ello, no había llorado, ni suplicado.

Solo se trago su dolor. Más de una vez me pregunte si esa era una gran cualidad o una triste lección que aprendió.

Había dedicado gran parte de mi tiempo a tratar la herida del guardia, que conforme avanzabamos, parecía empeorar, con su fiebre subiendo, decidí mantenerlo cerca en caso de emergencia.

Durante el trayecto, en algunas de nuestras paradas, tuvimos la suerte de detenernos en un lugar cercano al río que cruzaba todo el bosque. Donde aprovechaba el agua limpia para lavar su herida.

<<Aun así...>>

Cada vez que los guardias me ayudaban a llevar el cuerpo febril de aquel hombre, observaban con atención cada uno de mis movimientos.

Por instantes, parecían querer decir algo, pero se callaban abruptamente.

Más de una vez, simplemente los ignore y seguí con mi trabajo.

<<Son realmente extraños...>>

Por otro lado, sin vendas, ni medicamentos a la mano, no tuve más remedio que usar mi camisa, la cual quedó hechas jirones. Finalmente, lo único que me quedaba, era mi abrigo cubierto de lodo y sangre.

¡Salvare a la Rosa de Marchitarse!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora