Y así fue, Jesús tuvo que contarle todo a María para no ocultarle nada, debía ser sincero con ella en todo momento.
Quería que ambos disfrutacen a la niña en toda su totalidad, quizás escondidas o quizás frente a todo el público, no le importaba que la gente supiera que ambos habían tenido una hija, una preciosa hija, un precioso Ángel, una niña que se merecía mejor futuro al lado de sus dos padres pero que no se podía dar debido a la decisión de Dios.
La crucificación llegó y Jesús antes de ello logró ver a su hija y a María juntas. Los dos adultos sabían qué era lo que pasaría, Dios se llevaría a Wheein y María perdería la memoria, pero ella decidió no perderla, le rogaría a Dios para que la dejara recordar a su pequeña.
Antes de la partida de Jesús y de Wheein los tres habían hecho de todo un poco. Habían dormido con la pequeña, habían jugado con ella, le habían alimentado, le contaban cuentos, le cantaban, le daban todo el amor y cariño necesario. También escucharon sus primeras palabras, tales como papá y mamá, de las cuales se sintieron muy agradecidos. Además, ver los pequeños primeros pasos de su menor hija había sido de lo más satisfactorio. Podían decir que el poco tiempo que la pasaron con ella efectivamente fueron los mejores de sus vidas.