26~Pérdidas Y Encuentros

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Aquella confesión había salido de la boca de Atilio como un proyectil directo al corazón de Victoria, quien hasta ahora permanecía con la vista fija en la puerta y de espaldas a su realidad.

-Victoria – habló Atilio con un fuerte carraspeo.

Victoria se volteó con algo de desconfianza y se sorprendió al ver la cara de Atilio. Estaba pálido mientras el pánico gritaba por medio de sus ojos.

-¿Qué pasa? Parece que hubieras visto un fantasma.

-Victoria – rehizo por mitad de un bisbiseo; la vibración nerviosa en su tonalidad vocal no pasó desprevenido para la mujer que ya comenzaba a espantarse – Victoria estás sangrando.

Los ojos de la aludida gritaron aún más que su voz.

-¡¿Qué?!– decantó su mirada hacia el vértice que aderezaba el núcleo de sus piernas; sólo hasta ese momento pudo ser consiente de la humedad colorada que se escapaba por la tela rolliza de sus vaqueros.

"Dios mío, Dios mío, estoy sangrando", susurró la mujer para sí. Palideció de repente y sintió las lágrimas rodar por sus mejillas. Intentó moverse de lugar y sintió una fortuita indisposición, la habitación periférica comenzó a girar.

-Atilio, nuestro bebé – avisó casi sin voz y él, como si hubiese despertado de un aturdimiento, corrió hacia ella, y logró atraparla entre sus brazos antes que se diera de bruces con el suelo.

-Victoria, mi amor – con la piel rígida de su mano pegó suavemente una de sus mejillas, tal vez tanteando algún tipo de rebote, mientras con la otra zigzagueaba su espalda para evitar que se derrumbara – Señor, dime que esto no está pasando. Perdóname, sé que soy un egoísta al pedirte esto, pero no creo poder soportar la culpa si algo malo le pasa a Victoria y a...a nuestro bebé – la miró. Estaba tan frágil, una expresión exánime componía sus rasgos descoloridos – Por favor que no les pase nada – la condujo a su pecho y allí la encarceló entre lágrimas manchadas por su pesar – Te amo Victoria, te amo, y tienes que ponerte bien. Déjame demostrarte que puedo llegar a ser el hombre que este bebé y tú necesitan – se dirigió hacia la puerta mientras el tormento se refregaba en su alma y rechazaba al consuelo completamente.

Le vino a la mente la confesión de Victoria: "¡Porque no quería perderte! ¡Porque te amo! ¡Maldita sea!"

Tomó rumbo escaleras abajo, donde se topó con Margaret que trabajaba en sus quehaceres cotidianos.

-¿Quieres que llame a una ambulancia, señor? – le insistió la empleada, tratando de alcanzarlo.

Atilio iba tan apresurado que sus palabras apenas se escucharon.

-No hay tiempo para ambulancias.

Penitenciaria femenina CDMX:

Cristina salió de la sala y se vio envuelta en el fuerte abrazo de Demián, quién al verla llorar de aquel modo tan desolador, no se pudo contener. La arrastró hasta la salida y sin soltarla y acariciándole el cabello, le preguntaba:

-Cristina, Cristina, ¿Qué tienes? ¿Por qué lloras así? – su voz sonaba inquieta al tiempo que una verosimilitud requebraba en sus pensamientos - ¿Te hizo algo esa maldita de Acacia?

-¡No la llames así! – Cristina se separó un poco de él y entonces, se percató de su ojo, y que a través de él había un gran sentimiento de pasmo ante su reacción – Perdón, y no, no me hizo absolutamente nada. Sólo estoy un poco conmovida con su situación – aseguró acongojada. Se limpió las lágrimas. Todavía temblaba.

-¿Segura que estás bien?

Ella hizo un movimiento afirmativo con la cabeza, aunque su exteriorización averiada y desierta, declaraba que mentía. En su mirada había desconsuelo, había padecimiento. Y dolencia.

El rostro del mal (Finalizada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora