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Pasado un rato desde la llamada que había tenido Refugio con su vecina la Yoly, por fin dos de las hermanas Chaveros acompañadas por Dionisio, Demián y un inquietado Atilio llegaron al apartamento, mismo que ardía en llamas.

La calle estaba atiborrada en gente, y todos ayudaban a apagar el incesante y potente fuego a base de cubetas de agua. Los bomberos aún no llegaban.

Refugio y Cristina no más bajar del auto que las había conducido hasta allí, corrieron, escabullendose entre medio de las personas que rodeaban el lugar y que con ojos ansiosos miraban dicha escena.

Los hermanos la siguieron, a cambio Demián no se acercó más de lo debido al lugar, se podría decir que el fuego y él no eran muy buenos amigos, por ende prefirió quedarse a una distancia prudente donde el calor del ardiente humo no lo alcanzara.

...

-¡Victoria! ¡Victoria!-gritaba Refugio ahogada en llanto, mientras se acercaba cada vez más a la entrada de la casa.

De repente una exorbitante bola de fuego iluminó el cielo nocturno.

-¡NOOOO!-gritó con garra. Sus intensiones por un momento fueron entrar, pero Dionisio la sujetó a tiempo por la cintura evitando así que cometiera una locura-¡Sueltame!-forcejeaba-¡Que me sueltes te digo!

-Calma hermanita...calma-con lo ojos atestados en lágrimas Cristina miró como el potente fuego se esparcía cada vez más-Yo tengo que entrar.

-No...-advirtió Atilio-Entraré yo...yo seré quien la traiga de vuelta.

Y sin pensarlo ni dos veces tras las miradas estupefactas de Dionisio y Cristina, Atilio, dio el paso al frente. Refugio lloraba sin indicios de detenerse en el algún momento entre aquellos brazos que la sujetaban con fuerza. Fue en un momento determinado que Dionisio la soltó y esta corrió a los brazos de su gemela para juntas llorar por el otro trozo de ellas que faltaba y que corría en esos momentos eminente peligro.

Atilio por su parte sintiéndose en el fondo hasta culpable de que todo eso estuviese sucediendo, tomó una cobija que encontró tendida, la introdujo en un tanque de agua que había cerca y se la colocó por encima para que las ardientes llamas no le hicieran daño.

De una patada maestra tumbó la puerta que le daba entrada en sí a la casa. Una exagerada neblina de humo lo recibió, haciéndolo torcer en el proceso. Este rápidamente se cubrió el rostro haciendo de su codo un triángulo de tal forma que cubriese su boca y nariz.

Una vez dentro de aquellas cuatro paredes, miró a todos lados en busca de la escalera que llevaba a la segunda planta donde moraba la habitación de la morena. Hasta que al fin luego de unos minutos entre tanto humo y las lágrimas que se escurrían de sus ojos empañando aún más su vista producto del calor que allí se gestaba, dio con la bendita escalera.

Presuroso subió por esta, pero para cuando iba corriendo por el estrecho y no muy largo pasillo una puerta proveniente de uno de las habitaciones se cayó envueltas en llamas; por suerte este con un poco de habilidad y destreza logró esquivarla.

...

*Victoria* gritó para sus adentros una vez logró entrar a la habitación de la morena donde aún las llamas no ardían con cuantiosa fuerza.

Como era evidente, ella, había perdido la conciencia a falta de aire purificado en sus pulmones. Atilio sintió como algo en su corazón se removió cuando la vio tirada en el suelo desmayada. Señal de que había intentado escapar, más no había logrado librar su objetivo con éxito. Él se sintió culpable.

Rápidamente la tomó entre sus brazos y con la cobija que para ese entonces lo cubría a él, la envolvió está vez a ella.

Paralelamente afuera todo era puro silencio mientras las personas rezaban porque Atilio y Victoria lograran salir ilesos. De repente el hosco y taciturno ambiente fue irrumpido por las estrepitosas sirenas que indicaban con sus luces rojas, que rasgaban la noche con sus contrastes, la llegada de los bomberos y de la ambulancia.

El rostro del mal (Finalizada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora