15~Un Día Desaliñado

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Los árboles los veía pasar como manchas negras y rojizas a causa de los primeros rayos del sol que comenzaban a alzarse en el cielo oscurecido y estrellado.

Iba de regreso con Demián hacia la mansión, la noche había sido un poco incómoda. Pese a la bebida, la música el ambiente entre ellos seguía siendo cortante.

Cristina trataba por todos los medios cada día, a cada hora y minuto ocultar su dolor, lo disfrazaba con una sonrisa y a veces con el simple silencio buscando engañar a todo el mundo. Sólo aquellos que eran capaces de ver más alla de sus ojos, descubrían su sufrimiento, como era el caso de sus hermanas quienes se tomaban el tiempo de leer su mirada.

Probablemente si alguien llegara a escuchar los pensamientos de Cristina la llamarían loca, exagerada o estúpida; pero nadie era consciente de su dolor, nadie podía borrar de su cabeza ese amor de juventud que la atormentaba y por consiguiente le había arrebatado su tranquilidad.

Demián era culpable de todo su sufrimiento. ¡Sí, Demián!. El hombre a quien ahora tenía que soportar día y noche porque así un simple contrato de trabajo lo estipulaba. No era partida fácil, pero bien, mal o regular tenía que resistir porque rendirse no era una opción, mas si lo fuera ella no la elegiría.

El silencio reinaba entre ellos, lo único que era capaz de escucharse eran los sonidos circundantes de la naturaleza que los rodeaba y el repicar de las llantas del auto en el asfalto revelando a la velocidad desmedida en que viajaban.

...
—Cristina no me quiero matar—dijo Demián refiriéndose a la velocidad en que se transportaban.

—No nos vamos matar, yo se lo que hago—apretó sus manos al volante y abrevió los ojos.

—Pareciera que estás ansiosa por algo. Dime algo—se incorporó en el asiento y se acercó a ella atrevidamente—¿Tantos nervios te provoca mi presencia?

—A esta hora no hay casi ni tráfico, puedo conducir con ciertas libertades.

Demián se detuvo a mirarla, esa mujer era realmente hermosa, tenía un perfil de envidiarse pero más allá de esas cuestiones físicas había algo en ella que llamaba su atención y que lo obligaba en cierto modo a mirarla de forma diferente.

—¿Por qué nunca me dijiste que tenías hijos?—seguía muy cerca de ella acción que estaba poniendo bastante nerviosa a Cristina.

—Esos temas son personales, en ninguna parte del contrato que firmé concertaba que yo debía contarle mi vida personal al patrón.

—Pero pensé que tu y yo éramos amigos—suspiró y con esa sonrisa retorcida que era común en su personalidad se incorporó en su asiento con la mirada perpetua en la carretera—Digo, con eso de que a los dos nos gustan las mujeres, ¿pero dime algo?—entonces Cristina lo interrumpió.

—En mala hora le conté yo sobre mi sexualidad—resopló con fastidio.

—Si tienes hijos...—prosiguió hablando sin importarle sus quejas—...¿eso quiere decir que si has probado con hombres?—espetó mitad pregunta mitad afirmación.

—No tengo por qué contestarle—por cuestiones de microsegundos le devolvió la mirada—Y ya por favor, no quiero seguir hablando sobre el tema.

—¿Sabes que tienes unos ojos muy interesantes?—el primer instinto de Cristina fue sonreír mas se vio obligada a reemplazar el gesto por un fingido carraspeo de garganta.

—Será mejor que dejemos el tema por las paz.

—Somos amigos, y los amigos se dicen la verdad.

—Usted y yo jamás podremos ser amigos.

El rostro del mal (Finalizada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora