30~Revolución De Sentires

1.1K 114 62
                                    


Joselyn caminaba de lado a lado mientras mantenía una charla telefónica con Rómulo donde le decía que era hora de dar el siguiente paso. Era hora de que se presentara ante Refugio y Dionisio como el padre biológico de Génesis. Con una mano sujetaba el celular, la otra la mantenía guardada en un bolsillo de su pantalón de mezclilla y la mirada sobre el pavimento. Estaba roja de la ira.

Lo único que deseaba hacer Acacia era correr a su lado y arrebatarle ese teléfono de las manos. Decirle que ella protegería a Génesis con su amor, con su vida si era necesario. Apretaba los puños desesperada, mientras un escalofrío de inutilidad recorría su cuerpo. Cuando Joselyn cortó la llamada, su autocontrol recibió una dura prueba al ver la mirada retadora de la mujer recorriendola de arriba abajo. Joselyn se sentó en el suelo frente Acacia. Le había vendado la boca con un trapo viejo y sucio. Se lo quitó.

Acacia quiso cantarle una cuota de reclamos. La rubia y astuta mujer no se lo permitió. Le colocó la pesada y gélida arma en el estómago.

-Dale gracias a Dios que el tiro que iba destinado a ti. Lo recibió esa pobre rata – cambió la dirección de sus ojos hacia el pequeño animal que en una orilla de la bodega se desangraba de a poco. Rió con iniquidad – Asesinarte. No sería la solución a mis problemas. No es a ti a quien deseo ver arrastrada frente a mí suplicando clemencia.

-Intentaste envenenarme con tu odio. Rómulo y tú tenían todo bien trazado como si fuera un plan arquitectónico. Me indujiste a enamorarme de él, a quedar embarazada ¡todo! Porque a ti te convenía. Querías hacer sufrir a la familia de Demián, me querías hacer sufrir a mí. Bien sabes cuán mal la pasé lejos de mi pequeña hija.

-Dime algo que no sepa, niñita tonta – sonrió. Acacia puso rígido el rostro. Habló entre dientes.

-¿Qué más quieres? ¿No te es suficiente ya, con todo el daño que has causado?

-Sólo estaré saciada cuando vea a Cristina, tu madre querida, arrodilla frente a mi suplicando que no te mate.

-¡Mátame! – bramó – Mátame. Salgamos de esto de una vez y por todas. Pero con Cristina no te metas.

-¿La estás defendiendo?

-Se lo merece. Ha hecho por mi lo que tu no has hecho en veinte años – en sus labios se formó una sonrisa de resignación – Hasta ahora comprendo todo. ¿Ella sabía que yo era su hija?

Acacia sintió que se le humedecía la vista.

-No. Ella lo supo ayer en la tarde. De lo único que tenía noción era de que tú estabas viva. Y porque así lo quise yo.

-¿De qué estas hablando?

Joselyn se echó hacia adelante.

-Tu madre me humilló, Acacia Ferrer – sus gestos despedían rabia – Tras tu nacimiento, Cristina quedó muy débil. Fue un parto complicado. Incluso hubo momento del parto que el médico nos informó de que no era cien por ciento seguro de que el bebé naciera con vida. Todos los que estábamos presente escuchamos cuando el médico dijo eso. Incluida Cristina. A partir de esa fatídica noticia ella comenzó a ponerse mala. Logró darte a luz. Pero tan solo segundos después de tu nacimiento, perdió la conciencia – la mujer dejó escapar una carcajada extensa – Esa fue mi oportunidad para cobrar su deslealtad. Dicen que por dinero baila el perro – Acacia palideció – Le ofrecí una buena cantidad de billetes a una de mis empleadas y ella se fugó contigo. Desapareciste de la vida de Cristina.

-¡Eres una desgraciada!

Joselyn prefirió no responder a ese reclamo. Porque sabía que era verdad.

-No sabes – continuó explicando – Cristina se enojó bien feo conmigo cuando recuperó la conciencia y le dije que te había sepultado sin su consentimiento. Estuvo sin hablarme durante días. Después logré persuadirla con mi papel de amiga arrepentida. Y cuando pasó toda la tragedia del luto. Salí de viaje. Años más tarde supe por Rómulo que para ese entonces estaba de novio con Refugio. Otra de mis jugadas maestras – se vanaglorió – Supe que Cristina había contratado a un detective para investigar tu muerte. Supongo que ella no quedó muy convencida. Siempre fue una mujer muy lista y precavida – se puso un dedo sobre los labios – Pero yo lo fui más. Logré ponerme en contacto con ese presunto detective y le facilité el dato de que tú estabas viva. Otra pedrada de angustia y sufrimiento para mi adora amiga, Cristina.

El rostro del mal (Finalizada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora