29~La Verdad: Parte lll

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La luna reinaba en el cielo, pálida y amarilla como el tono que cubría el rostro de Demián para esos instantes. Cristina caminó hacia la otra ribera de la habitación con paso vacilante. Sus hombros se batían  espasmódicamente, y se abrazó los codos para aplacar el temblor. Indecisa, miró en dirección a la cama donde el hombre que amaba había quedado rígido, irrigado por la película de su pasado. Se apoyó en la pared y dejó que su cuerpo resbalara hasta el suelo.

La sensación de vacío en su estómago estaba a punto de volverla loca, y cada vez se sentía más débil y desorientada. Había finiquitado con aquella parte de su historia que la había atormentando durante años, y con ello, el torturador latido de su corazón. Ni el más leve palpitar lo agitaba.   

Miró de reojo a la figura que se acercaba. Era su Demián. Se había levantado de la cama y ahora caminaba en dirección a ella con paso torpe haciendo crujir el talón de su zapato derecho contra el férreo suelo de concreto. Lo oía jadear con la respiración entrecortada, y podía ver cómo el terror había caído sobre su semblante descolorido. Por medio de un deplorable quejido lo sintió tomar asiento a su lado. Ahora ambos se hallaban tirados en el suelo, con las piernas extendidas hacia delante y la mirada perdida en un punto al vacío.

Se mantuvieron callados cualquier cantidad de segundos, luego la voz masculina, quebrada por la pena, murmuró:

-¿Por qué no me lo dijiste antes? – preguntó, rondando la cabeza para poder ver su rostro.

Ella levantó la vista del suelo y clavó en él sus ojos verdes bañados por las lágrimas que amenazaban con salir.

-No sabía cómo hacerlo – susurró.

Demián le dedicó una sonrisa amarga.

-Todo este tiempo me estuviste viendo la cara de imbécil – asintió y luego se mordió el labio inferior, prohibiendo así que el cúmulo de palabras que de repente se habían solidificado en su garganta, salieran a la luz. De lo contrario lastimaría a más de un corazón – Me viste llorar por ella...por ti – hizo una pausa, luego prosiguió – No sentiste ni un ápice de compasión, ¿Cristina?

Ella extendió una mano y se acarició su cuello con total nerviosismo. En ese momento más que nunca le hubiese gustado poseer algún poder mágico para desaparecer de la faz de la tierra. Con la yema de sus dedos frotaba la delicada piel de su cuello. ¡Estaba helada!

-Yo tenía la sólida esperanza de que tú mismo te dieses cuenta. Entiende Demián que para mí tampoco fue fácil en un principio. Todo los días y a todas horas me planteaba un presunto porqué de razones por las cuales tú no te acordabas de mí – bebió de una gran bocanada de aire que se filtró por sus ojos en forma de lágrimas – Hasta el día que me confesaste que me creías muerta.

El lenguaje corporal de Demián gritó más que su voz:

-Y, ¿por qué no me lo dijiste en ese instante? ¡Maldita sea! – golpeó con la palma de su mano el origen de su pierna derecha. El fragor de un plástico cuando se es magullado se mezcló con el oreo tirante que se respiraba dentro de aquel dormitorio.

-¿Qué fue eso? – preguntó una Cristina atemorizada. Ya se preparaba para alzar una de las piernas de su pantalón. Cuando Demián bramó:

-¡No hagas eso!

Más sin embargo aquella negativa fue como el detonante que impulsó a Cristina a hacer todo lo contrario. Sus sienes latieron y sus ojos se abrieron marcando una impresión nunca antes sentida. Labró el camino hasta su rostro y prestó suma atención al parche negro que más que tapizar un vacío, tapizaba un excesivo calvario.

Poco a poco fue desplazando aquella funda de silicona desde la raíz hasta el remate de la pierna de Demián. En esos momentos se sentía culpable de no haber estado para él durante veinte años. Veinte años de sufrimiento, de abandono, de soledad. Veinte años ausente en la vida de la persona que constituía su mundo entero.

El rostro del mal (Finalizada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora