treinta y dos.

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La maldición cayó frente a mí, la observé por un par de segundos. Antes de elevar la mirada topándome con...

— Nanami...— dije con un hilo de voz. 

Nanami, el gran hechicero de Jujutsu, estudiante de segundo año, conocido por su actitud seria y estoica, estaba llorando. Sus ojos estaban rojos, su rostro completamente humedecido, su icónico machete apuntaba a mi dirección, ya que se había congelado al terminar con la maldición. 

Después de un par de segundos en silencio, donde lo único que se podía escuchar era la combinación de nuestras respiraciones agitadas, Nanami tragó saliva, mirándome directamente a los ojos, débilmente levantó la mano, apuntando al cuerpo sin vida de su mejor amigo que se encontraba a tan solo unos metros de nosotros. Lo observé por un par de segundos, temerosa de volver a mirar a Nanami.

— H-haibara ha...está...— exhaló Nanami, fallando al completar su oración.

— Me salvó la vida, Nanami. — dije firme, finalmente atreviéndome a mirarlo a los ojos. Nanami se hincó sobre sus rodillas, escondiendo su rostro con sus manos, escuchaba sus pequeños sollozos gracias al eco de la habitación. — Debí haber sido yo...— dije genuinamente, con un hilo de voz.

Cuando Nanami alzó la vista, me convencí a mí misma de que si las miradas pudiesen matar, estaría más que muerta. Él se puso de pie, caminó hacia mí, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. Tomó el cuello de mi uniforme, obligándome a ponerme de pie. Cerré los ojos con fuerza, esperando una paliza, un grito lleno de odio, algo. Pero lo único que recibí fue un fuerte y cálido abrazo. Nanami me rodeó con sus brazos, dejando caer su machete al suelo, el sonido del metal retumbando en toda la habitación. Inhalé aire, sorprendida, confundida. En ese momento, esperaba todo menos un abrazo, mucho menos de él.

— No vuelvas a decir eso. No debió haber sido ninguno. — dijo él firme como de costumbre, sin dejar de rodearme. Reaccioné, regresándole el abrazo. Lo apreté con fuerza, enterrando mi rostro en su pecho. Sintiendo las lágrimas salir, esta vez en silencio, esta vez, privadas. 

Pasaron un par de segundos, ninguno de los dos estaba listo para dejar ir, pero sabíamos que no teníamos tiempo que perder. Nos separamos. Nanami me dedicó una leve sonrisa, puso su mano en mi nuca y bruscamente me acercó a él, besando mi frente para después desacomodar mi cabello de forma fraternal. Intenté sonreír, pero sabía bien que parecía una mueca más que nada. Ambos caminamos hacia Haibara, Nanami lo tomó entre sus brazos, cargándolo. 

— Volvamos a casa...— dijo en un susurro, lo dijo en voz alta, pero sabía que era especialmente dedicado para su amigo.

(...) 

Faltaba poco para llegar a la escuela, un par de metros más que se sentían infinitos al cargar con el cadáver de un ser amigo. A pesar de que todo el camino había sido en silencio, no pude evitar abrir la boca. 

— ¿Por qué estabas allá? — dije, sonando más agresiva de lo que pretendía — O sea...no estabas asignado a la misión. — dije corrigiendo mi tono. 

— Me han enviado. 

— ¿Quién?

Nanami no habló, simplemente guardó silencio. Un par de segundos después, entramos por las puertas de la escuela. Casi todos los estudiantes estaban reunidos, esperando nuestro regreso. Nanami y yo estábamos completamente cubiertos de sangre, y todos, al ver el cuerpo de Haibara, supieron exactamente por qué. Shoko corrió rápidamente hacia su novio, con lágrimas en los ojos, sus manos temblaban sobre Haibara, siendo incapaz de tocarlo. 

— D-déjame ayudarlo, Nanami, aún pued...

— Está muerto. — soltó Nanami, callando por completo a Shoko. Ella comenzó a llorar aún más, pasando sus manos por su rostro. Rápidamente se dirigió hacia mí, corrió y se lanzó, dándome un fuerte y desesperado abrazo. 

— Estás bien...— dijo ella, acariciando bruscamente mi rostro con sus manos. — Tú estás bien..— susurró, más para ella que para mí. 

Un par de minutos después, Yaga, Shoko, Nanami, Gojo y yo nos encontrábamos en aquella fría, y perturbadora habitación donde los cuerpos de los hechiceros muertos llegaban a parar después de las batallas fallidas. Nanami a pesar de no demostrarlo, era el más deshecho de todos. Los demás que nos encontrábamos ahí, éramos meramente compañeros cercanos a Haibara, no tenía muchos amigos, me atrevía a decir que Nanami era el único, y el mejor. 

A pesar de las palabras de Nanami, seguía pensando lo mismo. Esa debí haber sido yo sobre la fría cama de metal, no Haibara. Mi misión era protegerlo, no al revés. Y fallé. Una vez más, no pude salvar a alguien. Otra víctima por mi culpe, por mi incompetencia. Estaba tan perdida en mis pensamientos, que ni siquiera noté la mirada de Gojo sobre mí.

— ________-san, ¿por qué no vas a...cambiarte de ropa? — dijo Yaga-sensei, apuntando a mi uniforme. 

— Oh. — dije bajando la mirada, recordando que estaba cubierta con la sangre de Haibara. Me puse de pie, inclinándome antes de salir de la habitación. Caminé lentamente, con movimientos secos y fríos hacia mi habitación, sentía que estaba en modo auto-piloto, como si estuviese siendo controlada por instinto más que por voluntad. Escuché pasos acercarse detrás de mí, sólo para notar como Gojo aparecía rápidamente a mi lado, comenzó a hablar, pero honestamente no escuché nada de lo que dijo.

— No. — dije seca, con la mirada perdida — Hoy no. 

Y sin decir más, entré a mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí. Megumi estaba sentado en mi cama, jugando con el que parecía ser el celular de Gojo, sonrió al verme entrar, pero esa expresión rápidamente desapareció al ver el estado en el que me encontraba.

— ________-chan....— dijo él, suavemente. Posando la mirada en mi uniforme, mis piernas, brazos, todo cubierto de sangre. 

— Me daré una ducha, Megumi. — dije sin expresión alguna. 

(...)

El agua que me rodeaba era roja. Aún después de un largo baño, no había logrado librarme de Haibara. Seguía en mi cabello, debajo de mis uñas, en mi uniforme. En ese momento, creí que su sangre me perseguiría por el resto de mi vida. Vacié el agua de la tina, observando como los rastros de Haibara se iban por el drenaje. Me enrollé en una toalla, intentando no mojar aún más el suelo del baño. Limpié con una mano el frío espejo empañado, observando mi reflejo.

No me reconocía. Esa no era yo. Mi rostro era opacado por ojeras, rasguños, una cicatriz en la mejilla. Mi mente se llenó de recuerdos de la persona quien alguna vez fuí, antes de que el caos se desencadenara en el mundo de la hechicería, antes de perder a Geto, antes de perder a Gojo. La nostalgia de un pasado feliz me perseguía. Y probablemente lo haría por siempre. 

Salí el baño, Megumi estaba dormido en una posición que parecía ser demasiado incómoda. Suspiré y con cuidado lo empujé hasta pegarlo contra la pared, era su lugar en la cama, ya que solía caerse de ella todo el tiempo. Me quedé sentada un par de segundos, mirándolo con lágrimas en los ojos. Era idéntico a él, a Toji. Sonreí negando con la cabeza, intentando sacarme ese estúpido pensamiento de la cabeza.

Estaba equivocada, Megumi no era para nada como su padre. Jamás lo sería. 

déjame ir (gojo satoru x lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora