✿ Capítulo 18 ✿

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Luis

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Luis

Si hay algo que siempre he odiado es la mentira.

Desde siempre he detestado a las personas hipócritas: aquellas que solo muestran un supuesto lado de su alma, el cual, lastimosamente, no tiene tanto brillo como aparenta; y esconden la podredumbre de su espíritu. Por ejemplo, si te topas con alguien que demuestra ser un hijo de puta, que te la tiene jurada y que en sus actos solo te muestra su desprecio, pues ya sabes de qué pie cojea. Como dice el viejo refrán: «Guerra avisada no mata gente», ¿no? Sin embargo, esto no es lo mismo con alguien hipócrita y mentiroso, porque si por un lado crees que es un buen tipo, en el momento en el que menos te lo esperas te clava un puñal.

En cuestión de amigos hombres, siempre he dicho que hay pactos no escritos que no deben ser traicionados. Como, por ejemplo, no meterte con la enamorada de tu pata ni con la ex, menos con la hermana. Como quien dice, un amigo, un verdadero amigo, no debe «chocar» nunca con el territorio del otro.

Yo, a mi corta edad, tuve un par de malas experiencias en este tema.

A los quince años, tenía un mejor amigo en la secundaria: Gael. Éramos inseparables, le daba consejos de cómo conquistar a las mujeres, jugábamos fútbol... Pero, a finales del penúltimo año de la secundaria nuestra relación quebró, y todo porque el huevón rompió uno de esos pactos no escritos.

Gael, a mis espaldas, se metió con mi ex, Silvana, aquella que me había atraído desde un comienzo por su parecido físico a Margarita. La misma me lo confesó una vez, luego de que me viera en plenos arrumacos con Diana, en una de nuestras tantas escapadas de clases para irnos a tener «acción» en los pasadizos del colegio.

—Tan feliz que te ves con tu nueva «enamoradita», entérate de que yo también tengo nuevo enamorado, y no es otro más que tu mejor amigo —me lo dijo con una mirada de rabia, para luego salir corriendo y dejándome helado.

¡Esa noticia me cayó como un baldazo de agua fría!

Nunca creí que Gael, con el que había andado desde el primer año de secundaria, con el que habíamos hecho más de una palomillada juntos y, sobre todo, el que había sabido de mi disyuntiva por continuar o no con Silvana, ahora me metería ese puñal. El huevón había aprovechado que habíamos terminado y que ella estaba dolida por ello, para ¡zas!, en una, declarársele y aprovecharse de la situación para que lo aceptara.

Ni bien me enteré de todo, a la salida de la secundaria fui a confrontarlo. El muy cínico alegó que no debía reclamarle nada, ya que yo no tenía derecho alguno sobre Silvana. No pude aguantar más la rabia y le di un puñete. Tuvieron que separarnos nuestros compañeros porque fácil, con toda la ira que me carcomía, lo hubiera molido a golpes.

Esa misma tarde, y porque llamaron de la Dirección del colegio a mi viejo para hacerles saber de mi incidente con Gael —le advirtieron que, si volvía a meterme en problemas, me suspenderían— me llevé una reprimenda por parte de papá; ¡una de las peores de mi vida! Mi padre me preguntó por qué le había pegado a mi amigo. Cuando se enteró, me soltó una cachetada.

—¡Si quieres jugar a ser hombre, aprende a asumir cosas de hombres! —me gritó.

Hasta ahora recordaba las palabras que papá me soltó papá, cuando todavía me hallaba tumbado en el suelo. Tenía la mejilla derecha adolorida, pero esto no era nada comparado con mi orgullo hecho polvo.

—¡Pero ese huevón se metió con lo que era mío! —le espeté a mi padre, mientras me levantaba del suelo.

Me clavó una mirada que me hizo estremecer. Temí que me volviera a golpear, así que decidí no proseguir con mi alegato.

—Si la chica esa y tú ya terminaron su relación, entonces ¡déjate de cojudeces y prosigue con tu vida! ¿Te quedó claro?

Iba abrir la boca para contestarle, pero lo que a continuación me argumentó, hizo que volviera a enmudecer:

—¡Y pobre de ti que me entere de que has vuelto a cometer alguna huevada más! ¡Ya estoy harto de tus payasadas! —Alzó la mano y se la llevó a la frente. Su voz resonaba en toda la habitación—. Con la música, tus enamoraditas y demás niñerías. A la próxima vez, te meto a un internado en otra ciudad y asunto arreglado, ¡¿entendiste?!

Como quien dice aquí, a regañadientas tuve que hacerle caso. Le prometí no meterme en más pleitos. No quería que me separaran de Diana, menos que me cambiaran de secundaria. Había escuchado que en otra ciudad existía un colegio de internado para hijos de militares, pero mi libertad no la cambiaba por nada del mundo. Así que, no me quedó otra cosa más que tragarme mi orgullo y obedecer a papá, pero eso no implicaba que perdonaría a Gael.

La traición de mi amigo jamás lo olvidaría... y ya desde entonces nuestra relación nunca volvió a ser la misma. Aunque, luego comprendería, por charlas que tuve con mi hermana y otros amigos, que uno debía ser más tolerante con las cosas y que bueno, debía entender que «Lo que no ocurrió en mi año, no debería hacerme daño»; en especial, una conversación que tuve con Pablo, más o menos me ayudó a tener una madurez para estos asuntos.

No obstante, tiempo después, la desconfianza y decepción que me habían sido difíciles de asimilar y las cuales poco a poco había olvidado, volvieron a mí, y ahora sí con razón, cuando me enteré por boca de otra de mis ex, Diana, que se había dado un revolcón con otro de mis mejores amigos al mismo tiempo que había estado conmigo. Esto provocó que mi orgullo y amor propio se sintiesen heridos, destrozados y me preguntase si algo estaba mal en mí por no saber escoger bien a mis parejas y amistades. A mí, quien siempre me las daba de tipo ganador, mi exenamorada me había puesto los cuernos, y bien puestos, mientras yo, como un zonzo, estaba preocupado en otra ciudad pensando en ella.

¿Qué mierda fallaba en mí para no saber escoger bien a mis parejas y amistades? ¿Acaso era porque, mientras estuve con Silvana y con Diana, en el fondo, nunca había olvidado a Margarita, y mis relaciones con mis ex estaban destinadas desde un comienzo al fracaso?

Todos estos fantasmas del pasado, si bien me asaltaron para atormentarme, lo hicieron brevemente y luego desaparecieron. Porque, si mi respuesta a mis preguntas era porque no había logrado nunca sacarme a Margarita de mi mente, esto ya no debería pasarme de nuevo. Ahora tenía una relación con la mujer a la que había amado desde niño y a la cual creía incapaz de mentirme.

Desde que yo la conocía, había sido íntegra, sincera y leal, cualidades, entre otras tantas, que habían hecho que me enamorase de ella como un loco, y siempre que alguna chica me interesaba, pero luego me decepcionaba, la comparaba con ella. «Margarita no sería capaz de hacer eso», decía siempre para mis adentros, al rememorar las anécdotas de ella que guardaba en mi memoria. Por todo esto yo estaba, cien por ciento seguro, que lo mío con ella me daría una confianza que no encontraría en cualquier otra mujer.

A pesar de sus temores e inseguridades, debido a su carácter timorato y que más de una vez me habían desesperado, ella era capaz de brindarme la tranquilidad de saber que nunca, pero nunca, me traicionaría con algún secreto o mentira. Era una de las pocas personas por las que yo metería las manos al fuego y diría que nunca me jugaría una mala pasada. De eso era algo que yo estaba cien por ciento seguro. O por lo menos, eso creía yo.

 O por lo menos, eso creía yo

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El secreto de Margarita [Saga Margarita 2] - [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora