Margarita
—Estás pálida.
La voz de César me trajo a la realidad.
Yo estaba en medio de un mar de incertidumbres, preocupaciones y ansiedades. ¿Acaso tenía problemas de fertilidad? ¡Imposible! Yo era una mujer joven, en la que —quitando que había bajado de peso, había tenido estrés en el trabajo y había padecido de insomnio— todo parecía estar perfecto en mí.
La última vez que me había pesado tenía cuarenta y cinco kilos. Ya mis compañeros de trabajo y mamá me habían dicho que se me veía flaca. Lo atribuí a que había estado comiendo poco, pero el comentario de César prendió mi alarma. ¿De verdad estaba tan delgada? Ni bien estuviera en mi casa me pesaría para confirmar mis sospechas.
Pero mi pérdida de peso podría atribuirse a que, desde mi separación con Luis, ya no comía como antes; mi apatía y malhumor por nuestra pelea me habían quitado el apetito.
Y respecto al estrés... ¿quién a mi edad no padecía de ello?
El comienzo del año me había traído más trabajo de lo usual, ya que estaba próxima la declaración anual de impuestos de nuestros clientes. Mi jefa preguntó quién podía quedarse a hacer horas extras, y yo me había ofrecido. El trabajo me mantenía ocupada; aunque, llegar a mi casa a las diez u once de la noche todos los días me estaba cobrando factura: dolores musculares en mi cuello y en mi espalda eran tan recurrentes, que pensé en ir a un kinesiólogo. No estaba acostumbrada a un ritmo laboral así de agitado. Mas, aunque pensaba que esto me distraería de no pensar en Luis, estaba equivocada.
Era yo llegar a mi casa, tomar una ducha, sentarme a ver la televisión y pensar en él. Toda mi casa estaba impregnada de él. Cada rincón de mi departamento me traía recuerdos de él: ya sea porque Luis trajo sus CDs de reggae, que todavía estaban en el centro de entretenimiento; ya sea porque tenía un par de sus poleras estrambóticas en mi armario, para su muda de ropa; ya sea porque en mi cocina había un cuadro que decía «Mi chef favorita...
Con todos estos recuerdos, me era difícil conciliar el sueño. Ni bien me acostaba, antes de dormir, me daba por voltearme y ver en donde Luis solía descansar. Al notar su ausencia, se me estrujaba el estómago. Lágrimas invadían mis ojos, para luego dejarme caer sobre aquella almohada que extrañaba a mi enamorado y de mi felicidad junto a él.
Para sobrellevar esta nostalgia, yo cerraba los ojos. Me lo imaginaba ahí, respirando cerca de mí, oliendo su perfume deportivo que tanto me embriagaba y con sus ocurrencias que provocaban una sonrisa a mi alma.
«¡Te estás haciendo el dormido!».
«¿Cómo lo sabes?».
«Es fácil deducirlo porque me estás hablando, ¿no crees?».
Si lo pensaba bien, yo era una mujer joven y sana, la cual, quitando los pequeños inconvenientes mencionados, todo parecía ir bien en mí, ¿no? ¿O no?
—¿Vas a comer o no? —preguntó César. El yogurt de la ensalada de frutas, que yo había pedido, estaba derritiéndose—. Veo que estás inapetente. Si no querías comer nada, me lo hubieras dicho.
—Fuiste tú el que insistió que me pidiera algo más.
—Porque me pareció que debías comer algo más aparte del jugo. Es ya casi la hora del almuerzo.
Me encogí de hombros. Desvié mi mirada al plato de ensalada de frutas que esperaba por mí. Cogí la cuchara y comí una fresa.
—Parece ser que han cambiado de chef —dijo él luego de comer una porción de carapulcra(1).
ESTÁS LEYENDO
El secreto de Margarita [Saga Margarita 2] - [GRATIS]
ChickLitContinuación de «Decídete, Margarita» (la cual la encuentran en mi perfil). No recomiendo leer esta parte sin haber leído su antecesora. ****** Luego de que Margarita y Luis se reconciliaran, y del gran error que ella cometió esa noche -producto de...