✿ Capítulo 26 ✿

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Margarita

Fuimos a un restaurante cerca de ahí. El local era grande. Había un montón de gente, cuyo trajín era evidente. Parecía ser de los lugares favoritos frecuentados por las personas que salían del juzgado.

En una esquina, pude ver cómo unas personas susurraban, un hombre y dos mujeres. A una de ellas le temblaba la mano, sacó un sobre amarillo de uno de sus bolsillos y lo puso dentro de una revista. El pesar en su mirada era tan evidente que, cuando observó a todos lados para luego cruzarse sus ojos con los míos, pude sentir cómo me transmitía su vergüenza Por un segundo., parecía dudar de lo que hacía, pero si el arrepentimiento cruzó por su mente, fue fugaz.

Al lado de ella, había una mujer más joven, vestida muy elegante. Volteó hacia donde yo me encontraba y me fulminó con sus ojos; tuve que bajar la mirada.

—¿Te encuentras bien? —dijo César detrás de mí, al regresar del baño.

—S... sí

—Eso de ahí es un soborno —me explicó mientras cogía la cartilla del menú. Volteé de reojo y vi que el hombre, vestido de terno, tenía un sobre medio oculto dentro su saco—. Esa abogada de ahí —señaló a la mujer joven— es conocida por «romperle la mano» a los del juzgado. Su especialidad son los juicios de divorcio y de tenencia de niños; me la recomendaron para ganar mi caso contigo. —Alzó las cejas, con una sonrisa inocente. ¿Y me lo decía así, tan suelto de huesos?

La interrogante en mi rostro debió de ser tan evidente que él tosió y me miró, muy divertido.

—Ay, Margarita. Tú nunca cambias, ¿eh?

—¿Qué debo cambiar? ¿Mis valores? ¿Mi capacidad para impresionarme ante la corrupción y la inmoralidad de este país?

—Ya empezamos... —Me desvió la mirada para volver al menú—. Siempre tan moralista.

Dejó la cartilla sobre la mesa. Sacó una caja de cigarrillos de su bolsillo. Me ofreció uno y le negué con la cabeza. Después de pitar el cigarro y exhalar el humo, se me quedó observando de lo más divertido. ¿Qué tramaba?

—¿Sabes que te veo más guapa que de costumbre?

—Gra-gracias —contesté. Mis mejillas se encendieron.

¿De cuándo acá me daba más de un cumplido en un mismo día? ¿En dónde había quedado el hombre que me difamaba en sus escritos al juzgado? No me quise quedar con la duda y lo encaré:

—¿A qué se debe esta «cita»?

—¿Cita? ¿Crees que te invité para salir como en los viejos tiempos? —Enarcó la ceja y me dedicó una cínica sonrisa. Este jueguito lo divertía sobremanera.

—Sí, esto —acoté al tiempo que movía las manos, fastidiada—. Quizá la palabra adecuada no sea «cita», pero sí una «reunión», un «encuentro» o como quieras llamarlo.

—Solo quería conversar, ponernos al día, saber de tu vida... —Se encogió de hombros—. ¿Qué tiene de malo que quiera saber cómo le va a mi esposa?

—¡Exesposa! —me apresuré en interrumpirle.

—Todavía no estamos divorciados.

—Podríamos haberlo estado desde ahora, si no te hubieras escapado de la audiencia.

César contempló el techo y pestañeó varias veces. Hizo una expresión indescifrable, que se podría calificar de ¿aburrido? Volvió a pitar el cigarrillo para luego exhalar el humo. Se quedó contemplando a las paredes. Se pasó en esa posición durante unos largos segundos. Su no-expresión empezaba a ponerme nerviosa.

El secreto de Margarita [Saga Margarita 2] - [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora