Luis
Traté de respirar profundo. Cerré los ojos y conté mentalmente hasta diez. Había escuchado que eso era lo más recomendable para tranquilizarse. Sin embargo, no me funcionaba. La cordura no regresaba, por más que me encontraba contando ya varias veces hasta diez.
«Vamos, compadre. Tranquilízate. Noventa y uno, noventa y dos, noventa y tres...».
Hice una pausa.
Me apoyé en la puerta. Me agarré con fuerza la polera a la altura del pecho. Mi corazón latía a mil y no había cuándo se calmara. Sacudí la cabeza no sé cuántas veces, tanto que creí que me mareaba.
«Esto no me puede estar pasando». Pero, sí me estaba pasando. Dura y cruelmente, esta era la realidad que tenía frente a mí.
Volví a respirar profundo. Me pasé la mano izquierda por la cabeza, a la altura de la frente y de la sien. Casi podía percibir cómo mi corazón bombeaba sangre por todo mi cuerpo.
Cerré los ojos con fuerza. Traté de recordar las técnicas de relajación que una vez le había escuchado a Ada. Decía que podíamos alejar las preocupaciones si nos echábamos en nuestra cama, escuchábamos música suave, cerrábamos los ojos y nos imaginábamos algún lugar tranquilo, como la playa o a la orilla de un río...
Me imaginé a mí de pequeño en una de mis playas favoritas, en uno de mis veranos más memorables, cuando recién pude poner en práctica mis clases de natación. Entonces yo tendría unos nueve años; extendía mis brazos frente al agua mientras observaba a mi alrededor. Había otros niños como yo, riendo, nadando y jugando en la arena, la cual se asomaba metros más allá. El mar me jalaba hacia él. Aunque opuse resistencia, luego de varios minutos fui cediendo, a tal punto de que me fui mimetizando con la marea y dejaba que me llevase.
En mi mente cerré mis ojos. Percibí el destello de los rayos del sol, los cuales entraban a través de mis párpados y me dejaban ver su luz. Era muy tenue. Sin embargo, hubo un momento en que aquella comenzó a intensificarse, tanto que en mi mente pude percibir un gran destello en mi interior.
De inmediato, abrí los ojos.
¡Tenía que calmarme! Si quería enfrentar a Margarita, debía tener la capacidad y madurez suficiente para poder encararla de la mejor manera. No quería que la ira y la decepción me invadieran. Tal y como me sentía, yo era capaz hasta de insultarla o cometer cualquier locura y, quizá, arrepentirme luego de lo que podría hacer... Y no, no quería que esto pasara, no con Margarita.
¡Todo esto debía de tener una explicación! ¡Seguro que tenía un buen motivo para habérmelo ocultado! Quizá había tenido algún retraso y se había cortado por decírmelo. Podría ser que el embarazo de Diana la había impedido confiar plenamente en mí. Sí, eso podría ser...
De nuevo, traté de respirar lento. Agaché la cabeza y me agarré la frente con mi mano izquierda.
«Todo debe de tener una buena explicación», pensé. Y así debía de ser. Pero, cuando parecía que la calma volvía en mí, mis ojos se toparon de nuevo con la caja del test.
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El secreto de Margarita [Saga Margarita 2] - [GRATIS]
ChickLitContinuación de «Decídete, Margarita» (la cual la encuentran en mi perfil). No recomiendo leer esta parte sin haber leído su antecesora. ****** Luego de que Margarita y Luis se reconciliaran, y del gran error que ella cometió esa noche -producto de...