Margarita
Pasaron un par de semanas. Luis y yo no nos habíamos comunicado. A pesar de mi tristeza por extrañarlo, aunque los nervios me estuvieran carcomiendo, encaré lo que debía hacer: tenía que confirmar si estaba embarazada o no.
Mi doctora de cabecera me había visto hacía unos días. Al contarle que no me venía la regla hacía semanas y que el test casero de embarazo salió negativo, ella me derivó donde la ginecóloga a su vez que me mandó a hacerme unos exámenes, cuyos resultados me darían ese viernes en la tarde.
Y ahí me hallaba: en la sala de espera de la clínica. La recepcionista nos había informado a los pacientes que la ginecóloga llamó y que se iba a demorar por una operación en otro hospital, con las disculpas del caso.
—Ojalá que la espera a la doctora no sea tanta —dijo un hombre a la recepcionista. Él tenía un semblante jovial—. Pero si es una agradable espera como la de mi esposa —señaló con su mano a una mujer que estaba sentada frente a mí—, no me importaría que se demorara.
—¡Qué exagerado! —lo interrumpió la recepcionista mientras sonreía—. ¿Cuánto tiempo tiene su esposa?
—Le faltan tres meses para dar a luz.
—No creo que la doctora Arévalo tarde en llegar —acotó la recepcionista.
El señor fue donde su mujer y la cogió del brazo. Ella se levantó asombrada. Él hizo el ademán de hacerla girar en una vuelta, como si estuvieran bailando un vals. Finalmente, le estampó un beso en la frente y dijo en voz alta: «Voy a ser padre de una mujercita».
Todos en la sala se echaron sonreír.
Todos a excepción de una persona.
Todos a excepción de mí, que estaba ahí, clavada como un iceberg en el pequeño sofá del living, y a quien la espera se le hacía interminable.
Luego del breve espectáculo, la joven pareja se sentó frente a mí. Él estaba de lo más feliz, revisando un papel de lo que parecía ser una ecografía. Hubo un momento en el que hombre le hablaba a su bebé en la barriga de ella, aunque yo no oía lo que le decía. La cara de bobo que ponía hubiera hecho reír a cualquiera, como a su mujer —que se tapó la boca con la mano para evitar reírse— y a la recepcionista —que veía divertida aquella escena, pero esto me provocaba algo muy distinto.
No podía evitar contemplar a aquel hombre y compararlo con Luis. Aquel estaba tan alegre, tan risueño e ilusionado. En cambio, cada vez que yo lo miraba, solo podía recordar lo sucedido aquella tarde: en donde Luis se mostró tan intolerante, tan incomprensivo, tan... distinto al que había conocido el día que nos reencontramos.
¡Yo debía de estar en la clínica con Luis, como aquella feliz mujer, no como me encontraba ahora, solo acompañada por mis temores e incertidumbre!
Experimenté un gran nudo en la garganta. Era como si una gran fuerza me obligara a expulsar los sentimientos que había tenido durante estos últimos días. Pero no lloraría, ya suficiente lo había hecho sola, cada noche en mi casa desde aquella triste tarde. Me había prometido a mí misma que no exteriorizaría frente a otros la angustia y soledad que me carcomían.
Por algún motivo que no comprendía, desde que me había negado a derramar lágrima alguna delante de Luis, algo en mí había cambiado.
No quería mostrar mi debilidad frente a otros, menos a desconocidos. Así me mantuve, impasible frente a mis sentimientos que querían salir a flote. No obstante, en más de una ocasión estuve a punto de flaquear, tanto que comencé a morderme el labio inferior y a tragar saliva, para así ordenar a mi cuerpo a mantener las apariencias.
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El secreto de Margarita [Saga Margarita 2] - [GRATIS]
ChickLitContinuación de «Decídete, Margarita» (la cual la encuentran en mi perfil). No recomiendo leer esta parte sin haber leído su antecesora. ****** Luego de que Margarita y Luis se reconciliaran, y del gran error que ella cometió esa noche -producto de...