Dulce miró por segunda vez la dirección que había anotado en el colorido post-it y comprobó que efectivamente fuera el lugar donde estaba.
El día de ayer, luego de que Christopher se fuera pseudo indignado, el abogado Alcántara se había encargado de dejarle más que claro que si no cumplía con la condición que su abuela había dejado en el testamento, no había otra forma en la que pudiera recibir los bienes que ésta le había dejado. Refunfuñó y se quejó un buen rato, casi al borde de una pataleta de una niña de cinco años, pero el abogado se había mantenido férreo en su posición, dejándole las dos opciones que ya conocía: O se iba con Christopher a Puebla y vivía ahí los tres meses que estipulaba el documento, o lo perdía todo. Así de sencillo.
Aquellas alternativas no habían dejado de rondar por su mente gran parte de la tarde y también durante la noche, pues las dos le parecían una completa locura.
Vivir con Christopher, por un lado, era una sentencia letal para su corazón. Ni siquiera los tres años que habían pasado desde su separación habían servido para que ella se olvidara completamente de él y lo había comprobado por cómo había reaccionado su cuerpo cuando lo vio de nuevo. Por más que intentó mostrarse inmune a su presencia, lo cierto es que por dentro solo escuchaba a su corazón latir por él. Y si eso había provocado un encuentro de media hora, no quería ni llegar a imaginar lo que pasaría en tres meses.
Por otro lado, negarse a la condición y perderlo todo era una injusticia. Hilda siempre le había dicho que ella se haría cargo de la textilera algún día, prácticamente se lo había impuesto como un deber y de cierta forma había diseñado su vida para cumplir con él. No en vano había estudiado comercio y marketing en la universidad, ni había logrado sacar un diplomado en finanzas, mientras trabajaba en la sede Archway de la capital a tiempo completo, como jefa de análisis de mercado. Después de todo ese esfuerzo, no podía simplemente dejar ir su proyecto de vida por no sentirse capaz de vivir con un hombre por tres meses.
¡Maldito testamento! fue la frase que se repitió una y otra vez. Hace una semana todo marchaba bien, tenía un lindo departamento en una linda zona de la ciudad, hace poco había terminado de pagar su auto, tenía un novio, un buen trabajo en la empresa y en los tres años que llevaba en la ciudad había logrado hacerse un grupo de amigos. Y ahora, tenía que decidir si vivía una torutra por tres meses o perdía la empresa y los bienes de su familia. Todo por un capricho de su abuela, porque no había podido dejar pasar el recuerdo de que ella nunca estuvo de acuerdo con que se separara de Christopher. Siempre se había puesto de su lado, pese a que le contó que lo había visto con las manos en la masa con su amante.
Finalmente, había resuelto que no podía darle tanta importancia a su ex-esposo, tampoco podía tener tan poca fe en su autocontrol. Además, Christopher había roto su confianza, por más que su cuerpo reaccionara ante él y su encanto, eso no reparaba el hecho de que la había engañado.
Por ello, luego de una horrible noche. Decidió aceptar las condiciones de ese bendito testamento, pero, para ello necesitaba a Christopher también, por lo que tendría que buscarlo y hablar con él para convencerlo de que se fuera con ella el tiempo que estipulaba el dichoso testamento.
El asunto era que no tenía idea de donde encontrarlo, hace dos días ni siquiera sabía que estaba en la ciudad. Haciendo a un lado su orgullo, llamó al abogado para saber los datos de Christopher, pero como todo en su vida últimamente, se le había puesto cuesta arriba, pues el abogado no estaba disponible y su secretaria se había negado a darle los datos sin permiso de su jefe. No le había quedado más alternativa que llamar a Anahí para pedirle la información.
Su amiga había hecho un par de preguntas, pero finalmente le había dado los datos que necesitaba. Luego, había tomado una ducha, un café y se había vestido y arreglado para ir a ver a Christopher, con más esmero del que estaba dispuesta a reconocer.
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El Testamento
FanfictionDulce María Espinoza estaba segura de que su abuela había perdido un tornillo antes de morir, pues no había otra explicación a lo que estipulaba su testamento. Le había contado a la anciana todo lo que había vivido con el excesivamente guapo y muje...