—¡Señora, no puede pasar!
Christopher no alcanzó a terminar de elevar la vista de los papeles que revisaba, cuando escuchó aquella negativa de parte de Amelia, su secretaria en la automotora de Puebla. Medio segundo después, su madre irrumpía en su despacho con tanto ímpetu como impertinencia.
—¡Por supuesto que puedo pasar, es la oficina de mi hijo! —respondió Virginia Uckermann por sobre su hombro, en un gesto de superioridad, mientras la chica se quedaba un paso atrás mirando a Christopher con ojos de disculpa.
—No te preocupes, Amelia. Yo me encargo —dijo él—. Por favor, cierra la puerta y no me pases llamadas.
La secretaria asintió y salió en silencio.
Christopher soltó el aire con desgano y se levantó de su escritorio para acercarse a su madre, quien lo miraba con una ceja levantada y los labios fruncidos.
—Mamá —la saludó, para luego besarla en la mejilla.
—Hola, tesoro —respondió con frialdad, pese a lo amoroso de sus palabras.
Su madre estaba molesta, concluyó inmediatamente, mientras la conducía al sofá con el que contaba en su oficina.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, tomando asiento en el sillón contiguo.
—¿¡Y me lo preguntas!? — dijo Virginia, inclinándose hacia delante con las manos sobre sus rodillas y los ojos muy abiertos, mostrándose incrédula—. Hace un mes y medio que llegaste a la ciudad y no te has dignado a tomarte ni un solo minuto para ir a visitarnos a la casa. Ni siquiera me has llamado.
—He estado ocupado —se excusó con simpleza mientras se encogía de hombros. Los reclamos de su madre eran algo a lo que se había acostumbrado en la adolescencia, época en la que también aprendió a no darles importancia.
—¡Me imagino! Ocupado con Dulce María —lo acusó molesta.
Christopher soltó el aire en una sonrisa, sabiendo desde ya dónde terminaría esta conversación. Su madre nunca había aceptado a Dulce y era algo que no terminaba de entender. No entendía qué era lo que no le gustaba de ella. Su mujer era preciosa, inteligente, educada y de buena posición social, no había motivos para su empecinado rechazo. Finalmente había terminado por pesar que la única razón era que Dulce no era Maite, pero una parte de él se negaba a creer que su madre llegara a ser tan irracional.
—Si realmente quieres saberlo, mamá. Sí, estaba ocupado con Dulce, porque volví con ella.
Virginia se levantó de su asiento como un resorte, movida por la rabia que sintió al escuchar las palabras de su hijo. Comenzó a caminar de un lado para otro, como un animal enjaulado, bajo la atenta mirada de Christopher, quien se reclinó en el sillón con los brazos apoyados en los costados de este, aguardando tranquilamente por su explosión.
—¿Cómo es posible que hayas vuelto a caer en las redes de esa mujer, Christopher? —preguntó deteniéndose frente a él con los brazos cruzados sobre el pecho.
El hombre se levantó y se acercó a su madre, para poner ambas manos sobre los hombros de ella.
—Caí, caería mil veces más y las que hiciera falta. Porque la amo, mamá, y quiero pasar el resto de mi vida con ella. Por favor, acéptalo de una buena vez.
—¡No! —gritó y su hijo la soltó, derrotado por su tozudez—. Dulce no es para tí, tú mereces una mujer a tu altura...
—Una mujer como Maite, ¿verdad? —se apresuró a decir con completo sarcasmo.
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El Testamento
FanfictionDulce María Espinoza estaba segura de que su abuela había perdido un tornillo antes de morir, pues no había otra explicación a lo que estipulaba su testamento. Le había contado a la anciana todo lo que había vivido con el excesivamente guapo y muje...