Catorceavo: Tenías razón

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—Preciosa, ¿por qué lloras? —preguntó Christopher, enmarcándole el rostro a Dulce con sus manos, mientras con los pulgares le apartaba las lágrimas.

Ella no respondió, pues su garganta estaba tan obstruida, que dudaba ser capaz de emitir alguna palabra. Solo podía llorar en ese momento, sintiéndose la mayor de las estúpidas por haber caído tan redonda en la trampa de Maite aquella mañana.

Sollozaba mientras la mirada de Christopher caía sobre ella, pero se sentía tan disminuida que casi se prohibía a sí misma mirarlo a los ojos.

—Mírame, mi amor —le pidió él, inclinando su cabeza para buscar su mirada y cuando ella finalmente cedió, le impresionó el dolor que vio en sus ojos. Frunció el ceño preocupado—. ¿Qué pasa, Dul?

Nuevamente se restó de hablar, sin embargo, esta vez le respondió besándolo en los labios, al tiempo que ponía ambas manos en su cuello. Necesitaba sentirlo cerca, necesitaba ser parte de él y que él fuera de ella, como nunca debió dejar de ser, pues nunca debieron separarse.

Christopher sintió la urgencia y la sal de la tristeza en el beso que Dulce le daba. La envolvió en sus brazos por la cintura y la pegó más hacia él cuando ella le penetró la boca con la lengua, comenzando una danza erótica con la suya, la cual, en una amorosa invitación, marcaba el ritmo y la pauta de lo que vendría a continuación.

Incapaz de parar su llanto, pero excitada por las caricias que Christopher le daba, Dulce sentía una mezcla de emociones poco usual, pero que eran guiadas por la exigencia de su corazón de sentirse uno solo con él. Aún en ese ardiente beso, se aventuró a morder el labio inferior de su amante, mientras sus manos lo acariciaban en el fuerte torso, descendiendo por su vientre hasta llegar a su miembro, el cual, ya erecto, rodeó con su fina mano.

Christopher se separó de sus labios para gruñir mientras decía su nombre y se perdió en la curva del cuello femenino, acariciándolo con sus labios y lengua, a la vez que con las manos masajeaba sus pechos, sintiendo sus pezones endurecidos bajo las palmas.

Con una mano, Dulce lo tomó del cuello, para que la viera a los ojos y con la otra, ubicó su dura masculinidad en su entrada, pues no quería esperar más para unirse a él. Christopher dio un respingo al notar la caliente humedad de su mujer entrando en contacto con su hinchado glande y Dulce le rodeó aún más las caderas con sus piernas, sintiendo como él entraba en toda su expresión dentro de ella y gritó al sentirlo por completo. Ambos comenzaron a moverse para alcanzar la cúspide del placer, mientras el agua a su alrededor los acompañaba con violento ondeaje.

Dulce se apoyó en los hombros de Christopher, jadeante, mientras él la tomaba con firmeza por las caderas, para llegar más adentro en cada embestida, sin dejar de verse a los ojos ni por un instante. La penetró con fuerza cada vez, extasiado por la estrechez de la intimidad de Dulce y en los últimos segundos de su apasionada danza, la pelirroja clavó sus uñas en la esculpida espalda de Christopher mientras cerraba los ojos y alcanzaba el más exquisito orgasmo, de la mano de él, quien con una embestida más se encontraba con ella en la cima del placer, inundándola con su semilla.

Continuaron en un suave compás luego de aquella vorágine de deleite y entonces, aún con las mejillas empapadas, Dulce abrió los ojos para encontrarse con los del hombre que amaba y dijo:

—Perdóname, por favor.

Aún aletargado por el intenso momento que acababan de compartir, y sin la intención de salir de su interior, Christopher se incorporó con rapidez en la marmolada tina, poniendo ambos brazos en los bordes para enderezarse. Entonces, la besó en los labios con ternura, enmarcando su rostro con las manos.

—No tengo nada que perdonarte, preciosa —le dijo con su frente pegada a la de ella.

—Es que no entiendes —murmuró Dulce, sollozando, mientras alejaba su rostro del de él—. Esa mañana... yo fui... Maite... —trató de explicar, inútilmente—. Me rendí tan fácil...

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