Final (parte II)

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Maite despertó y supo que estaba en un hospital, el olor era inconfundible. No había dolor. En cambio, sí había vacío y supo perfectamente la razón: había perdido a su bebé. Lo supo sin que nadie se lo dijera, pues luego de haber llevado una vida dentro de si, podía identificar que ya no había nada. En ese momento, sin saber cómo ni por qué, pensó en Dulce y se preguntó si la pelirroja se habría sentido igual cuando perdió a su hijo.

Estudió la habitación, era de noche y se cuestionó cuánto tiempo llevaría en el hospital, llegando pronto a la conclusión de que no importaba demasiado.

Parpadeó unas cuantas veces para afinar su mirada y entonces se encontró a los tres hombres que la habían acompañado toda su vida, quienes susurraban entre ellos, hasta que Poncho sintió su mirada sobre él y la vio. Le golpeó el hombro a sus otros dos amigos y los tres la miraron fijamente.

Un silencio incómodo se produjo en la habitación, pues nadie sabía qué decir y ninguno de los tres hombres se animaba a dar el primer paso. Hasta que Poncho tomó la iniciativa y se acercó a ella hasta estar a su lado, mientras que los otros dos se quedaron a los pies de la cama, cautelosos. 

El moreno siempre fue el más compasivo, pensó Maite.

—¿Cómo te sientes? —preguntó acercándose a la cama.

—Bien —dijo sintiendo la voz pastosa—. Creo que no me duele nada.

—Que bueno. El accidente fue horrible, casi no lo cuentas.

Nuevamente silencio.

—Chicos —se acomodó en la cama hasta sentarse y los miró a los tres, sintiendo como las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos—, yo... Por favor, perdónenme. Yo solo quería...

—¿Qué?, ¿Qué es lo que querías, Maite? —preguntó Christopher con ojos entornados, el ceño fruncido y la voz cortante.

Maite cerró los ojos con fuerza, mientras las lágrimas mojaban sus mejillas.

—Quería que fueramos solo los cuatro, como siempre habíamos sido —confesó, por primera vez con sinceridad—. Quería que estuvieramos juntos, quería que no se apartaran de mi lado. Los quería a ustedes. Pero sobretodo —suspiró, pues los sollozos no la dejaban respirar bien—... sobretodo quería que tú me amaras, Christopher.

El aludido soltó el aire en una sonrisa irónica, solo para luego morder su labio inferior, como si con ello pudiera reprimir toda la rabia que sentía, pues no podía olvidar que Maite se estaba recuperando de un fuerte accidente y de la pérdida de un bebé. Pese a ello, estaba lejos de lograr contenerse, ya que todo esto había sido demasiado.

—Te voy a repetir esto solo una vez más, porque después de hoy, espero no volver a verte la cara nunca más. Tu no quieres a nadie, Maite, porque estás enferma de aquí —con su dedo índice apuntó su propia sien—. Y esa enfermedad no solo te afectó a tí, sino que mató cualquier cariño que pudiéramos sentir por ti.

—Christopher, por favor, perdóname —le pidió llorando.

—Te perdono —respondió él con sencillez—, claro que te perdono. Y no porque te lo merezcas, sino porque me lo merezco yo y Dulce también. Nos merecemos olvidarnos de ti para siempre y vivir nuestra vida tranquilos.

Christopher dio media vuelta y se acercó al pequeño sofá con el que contaba la habitación. Tomó su chaqueta y fue hasta la puerta. Cuando la abrió, se volteó por última vez.

—Si realmente nos quieres como dices, confío en que no te nos vas a acercar nunca más.
Adiós, Maite —mencionó con frialdad, antes de irse.

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