Veinticinco: Déjalo en paz

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Sentada sobre la cama de la clínica, Maite sorbió por la nariz y un segundo después un nuevo sollozo la estaba atacando, mientras sentía sus mejillas completamente empapadas. Un bebé, pensó, un bebé estaba creciendo dentro de ella y eso definitivamente no era parte de sus planes. ¿Qué haría ahora? Si Christopher no la quería antes, ahora con un niño a cuestas sería todo mucho más complicado, aún peor tomando en cuenta que el padre era Christian, su mejor amigo.

<<Christian>>, el recuerdo del tierno y divertido hombre la sacó de la desesperación por un segundo, en el que una sonrisa involuntaria se dibujaba en sus labios. Contrario a lo que se pudiera pensar, ella lo quería mucho, tal vez no de la forma en que quería a Christopher, pero Christian siempre había sido un buen amigo, y también un buen amante, se recordó, de lo contrario no estaría en esta situación. Desde que tenía uso de razón, él había estado detrás de ella, pidiéndole una oportunidad y aunque se la dio solo para estar más cerca de Christopher y asegurarse de que continuaría dentro de su círculo al terminar la prepa, con el tiempo se dio cuenta que era cómodo estar ahí. Christian la llenaba de mimos y atenciones, siempre le decía cuánto la quería y los dragones que mataría por ella. Sería una mentirosa si no aceptara que desde que él se había ido, lo había extrañado todos los días.

El ruido que hacían los caros zapatos de su padre sobre el inmaculado piso de la habitación de la clínica la sacaron de sus pensamientos. Entonces, la angustia la atacó de nuevo. Sus padres habían entrado hace no más de 5 minutos con recriminaciones debido a su estado, reprochándole el haber quedado embarazada fuera del matrimonio y lamentándose por lo que dirían de la familia cuando esto se supiera. Ellos nunca habían aceptado a Christian, pues pensaban que no le daría la vida que ella merecía, ¡que equivocados estaban!, pues si algo hacía él era darle todo lo que pidiera.

—¿¡Qué se supone que vas a hacer ahora!? —bramó Camillo Perroni sin dejar de andar de un lado para el otro frente a la cama.

En una esquina estaba Alina Beorlegui, madre de la morena, en silencio y cabizbaja, con un brazo cruzando su cuerpo, mientras con su mano libre empuñada se cubría los labios.

La decepción de ambos era evidente.

—¡Responde! —gritó Camillo, furioso.

—¡No sé! —dijo Maite en llanto—. Yo no quería...

—Yo no quería, yo no quería —remedó su padre, interrumpiéndola. Detuvo su andar cuando estuvo al lado de Alina y con enojo la apuntó—. Esto es tu culpa, yo te dije que esta niña estaba descarrilada, cuando decidió irse a vivir con ese bueno para nada sin casarse.

La mujer se mantuvo en silencio, recibiendo las palabras de su esposo sin saber qué responder, pues en parte sabía que tenía razón. Su hija siempre había sido una niña caprichosa, que hacía lo que se le pegaba la gana, sin medir consecuencias y aquí estaba el fruto de esa crianza mal lograda.

Camillo volvió a ver a Maite y se acercó a ella.

—¿Dónde está Christian?

—No sé —volvió a responder, llena de vergüenza.

Alina levantó el rostro y con el ceño fruncido se acercó también hasta donde estaba su hija.

—¿Cómo no vas a saber, niña?

—¡No sé! —gritó Maite, desesperada—. Él y yo ya no estamos juntos.

Camillo bufó con una sonrisa irónica, la cual estaba carente de todo humor, mientras negaba con la cabeza mirando al suelo y se alejaba del lado de la cama, pues sentía tanta rabia, que prefería estar apartado de su hija.

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