Quinto: Noche en vela

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Cerró la puerta de la habitación con un portazo, el cual, estuvo segura, se escuchó en toda la casa. Miró hacia la cama, solo para recordar que no tenía su maleta ni ninguna de sus cosas. Chilló de pura frustración, cubriéndose la cara con las manos, mientras se preguntaba qué la molestaba más, haber perdido su maleta, estar obligada a vivir con Christopher, que este le haya robado un beso o todo lo que sintió con este último.

Se negó a responder esa pregunta, pues sabía que aquello la llevaría a admitir algo que en el fondo ya sabía. Se sacó la ropa, resignada a tener que dormir en ropa interior y entró al baño a asearse antes de ir a la cama. Cuando estuvo lista apagó la luz, se metió bajo las sábanas y cerró los ojos, esperando que el sueño la aletargara pronto, pero el tiempo comenzó a pasar y, contrario a lo esperado, se sentía a cada minuto más despierta... ¡genial!, se dijo, nada mejor que el insomnio para arreglar la horrible noche que estaba pasando.

De pronto, sintió como alguien, que no podía ser otro que Christopher, se acostaba a su lado. De un brinco se giró y vio como él, quitado de la pena, terminaba de arropar su cuerpo tan desnudo como el de ella.

—¿¡Qué haces aquí!? —le gritó molesta, mientras se sentaba en la cama y se cubría lo más posible con las cobijas.

Christopher se puso boca arriba, con las manos bajo su cabeza y los ojos cerrados.

—Dormir, evidentemente —respondió en la misma posición—. Y no es necesario que te tapes tanto, ya te he visto antes, ¿recuerdas?

La pelirroja cerró los ojos con fuerza al tiempo que botaba el aire, sintiendo que ese día había alcanzado niveles de ira impensados para ella.

—Esta casa tiene 3 habitaciones, ¿no puedes dormir en alguna de las otras dos?

Christopher abrió los ojos y se incorporó para sentarse al igual que ella.

—Eso quisieras —le dijo fingiendo un puchero y tocándole la punta de la nariz, logrando que ella le golpeara la mano—. Pero, por si lo olvidaste, quedamos en que dormiríamos juntos estos tres meses.

—Pero...

—ah, ah —dijo negando para interrumpirla—. No tienes remedio. Buenas noches.

Volvió a acostarse en la misma posición en la que estaba antes y cerró los ojos, mientras escuchaba a Dulce refunfuñar. Tuvo que contener la sonrisa que estaba a punto de salir de sus labios, pues las reacciones de su ex-esposa lo divertían mucho.

La sintió recostarse de nuevo y darle la espalda. Esperó unos minutos y luego se giró en su dirección para acercarse a ella y rodearle la cintura con un brazo, mientras pegaba la espalda de Dulce a su pecho. El contacto duró un segundo, pues ella inmediatamente se removió para apartarlo, pero el roce de su suave y perfumada piel contra la de él le trajo reminiscencias tan intensas, que por poco sintió que el corazón se le saldría del pecho.

—¿¡Qué crees que haces!? —bramó Dulce, volteando el rostro para verlo sobre el hombro.

—Tengo frío —dijo burlón, al tiempo que la abrazaba de nuevo y ella volvía a apartarle las manos.

—Pues ponte una camisa.

—No me gusta dormir con camisa y lo sabes.

—Ese no es mi problema, ¡suéltame, Christopher! —se quejó, al sentir nuevamente el brazo de él en su cintura.

—No —dijo simplemente. La apretó más contra su cuerpo y cerró los ojos, dando a entender que la discusión llegaba hasta ahí.

Dulce suspiró y se quedó quieta, esperando que los latidos de su inquieto corazón fueran perceptibles sólo para ella, ya que estaba palpitando tan fuerte, que hasta lo sentía en los oídos y temía que él pudiera escucharlos también.

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