Fue impresionante cómo la inundaron los recuerdos, con tan solo poner un pie en la casa de Puebla. Se vio a sí misma, con 17 años, entrando al lugar de la mano de Hilda, luego de que sus padres fallecieran en ese horrible accidente y que solo ella la reclamara para hacerse responsable de su cuidado. Su abuela se había encargado de hacerla sentir cómoda, asegurándole que aquella sería su casa a partir de ese momento, hasta cuando ella quisiera, incluso después de que decidiera independizarse.
En aquel entonces Dulce solo había logrado ponerse a llorar, pues todo había sucedido demasiado rápido, perdió a sus padres y, junto con ellos, su casa, su ciudad, su colegio y sus amigos. Todo había cambiado a su alrededor y no estaba segura de poder lograr adaptarse. Hilda la había estrechado entre sus brazos, mientras le decía que llorara tranquila y que pronto todo estaría bien, solo que ahora no podía verlo, ya que la bruma provocada por la pena, no se lo permitía.
—¿Estás bien? —preguntó Christopher, poniendo una mano en su hombro al tiempo que se inclinaba para poner su rostro al nivel del de ella.
Dulce parpadeó un par de veces, como reconectando con el presente. Y solo ahí fue consciente de que sus mejillas estaban levemente mojadas. Miró a Christopher a los ojos y por un segundo se perdió en su cálida mirada, la cual mostraba genuina preocupación.
—Solo recordé a mi abuela.
—Yo también —dijo esbozando una pequeña sonrisa nostálgica, mientras miraba a la sala, como si la anciana aún estuviera ahí, sentada en su mullido sillón de brocato—. Era una viejita adorable.
—Contigo —recalcó Dulce, sin poder evitar sonreír, mientras se secaba las lágrimas con el dorso de la mano—. Porque por alguna razón, que nunca descifré, te adoraba.
Christopher amplió su sonrisa hasta convertirla en una suave carcajada y Dulce sintió como el estómago le daba un vuelco al verlo así de guapo.
—Eso fue después de que me cantara las cuarenta, cuando me trajiste por primera vez.
—¿De qué hablas? —preguntó con el ceño fruncido y una mirada curiosa. El hombre suspiró con las manos en las caderas y se sentó en el sofá.
—Eso, cuando me trajiste para conocer a tu abuela, ella prácticamente me amenazó de muerte si te hacía daño.
—No lo recuerdo —murmuró ella, sentándose a su lado con preventiva distancia.
—Porque se aseguró de hacerlo cuando tú no estuvieras. Fue nuestro pequeño secreto —dijo Christopher con un halo de misterio.
—El cual, me vas a contar ahora mismo —ordenó divertida.
Dulce comenzó a recordar a partir de lo que Christopher le contaba. Ese día estaba muy nerviosa, pues era la primera vez que llevaba a un hombre a la casa de su abuela para presentarlo como su novio.
—Así que tú eres el famoso Christopher —Había dicho Hilda, mientras lo recorría con la mirada, luego de que Christopher se presentara como su novio de una forma educada y galante—. No se habla de otra cosa en esta casa desde hace un buen rato.
—¡Abuela! —bramó Dulce avergonzada, mientras sentía sus mejillas arder y Christopher soltaba una carcajada.
—¿Qué? —preguntó inocente, al tiempo que volteaba la cabeza para mirarla—. Tú sabes que es cierto —volvió a mirar a Christopher—. Y viéndote muchacho, ahora entiendo el porqué. Eres tan apuesto, que llegan a doler las muelas.
—Abuela, por favor... —dijo la pelirroja, al borde de un ataque.
—¡Ay, mijita! —repuso Hilda, exasperada—. Deja de ser tan puritana... ¿por qué no, en vez de estar ahí escandalizándote, mejor vas a preparar el cocktail de maracuya que te queda tan delicioso?
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El Testamento
FanfictionDulce María Espinoza estaba segura de que su abuela había perdido un tornillo antes de morir, pues no había otra explicación a lo que estipulaba su testamento. Le había contado a la anciana todo lo que había vivido con el excesivamente guapo y muje...