Octavo: Aquella noche

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Esto es un error, pensó vagamente Christopher, mientras besaba a Dulce apasionadamente. Uno exquisito y muy placentero, pero un error a final de cuentas, pues solo lo había desviado de lo más importante en ese momento, que era aclarar el asunto de Maite.

Tampoco se culpaba demasiado, cuando tuvo a Dulce tan cerca de sí, que pudo sentir la exquisita esencia de su piel, cuando vio en sus pupilas su propio reflejo y notó aquel brillo apasionado en sus ojos, solo le quedó rendirse ante sus propios deseos y besarla. También porque de alguna forma sabía que era lo que ella también quería.

Ahora ambos estaban absolutamente perdidos en ese beso. Dulce enredó sus brazos alrededor del cuello de Christopher, al tiempo que se empinaba para sentir sus cuerpos aún más cerca y él la abrazaba por la cintura con fuerza; gimió cuando la lengua del hombre entró en su boca y se encontró con la suya, provocando que los dos se deleitaran con el sabor del otro.

Era increíble como Christopher la hacía sentir solo con un beso, pensó Dulce, mientras seguía besándolo. Había besado a otros hombres, pero ninguno le provocaba tales sensaciones a su cuerpo y emociones a su corazón, ni siquiera Pablo...

Pensar en el que era su novio, a quien no había llamado desde que llegó y que probablemente estuviera esperando por ella en la capital, fue como un balde de agua fría para Dulce. Se sintió hipócrita por condenar lo que Christopher le había hecho hace tres años, cuando ahora ella hacía lo mismo. Puede que Pablo no fuera el amor de su vida, ni el mejor novio del mundo, pero definitivamente no merecía una traición.

Con ello en mente, puso sus manos en el fuerte pecho de Christopher y lo empujó para que se apartara.

—Para, por favor —le pidió con los ojos cerrados y la respiración agitada, cuando él se separó y apoyó su frente en la de ella.

—Tienes razón, tenemos que hablar —dijo él, igualmente agitado y acarició su mejilla.

Dulce abrió los ojos y se separó completamente, dejando unos pasos de distancia entre ellos.

—No quiero hablar, solo quiero estar sola. Así que agradecería mucho si te vas.

—No —volvió a acercarse a ella y la tomó por los brazos—. Nos vamos a quedar aquí hasta que hayas escuchado todo lo que tengo que decirte, hasta que escuches lo que pasó hace...

—¡No quiero! —gritó ella, interrumpiendolo y soltándose de su agarre—. Te vi besarla a escondidas de todos, no necesito más explicación.

—Pero eso es solo una parte de la historia —dijo con desesperación.

—¿Y cuál es la otra?, ¿que te diste cuenta que me amabas a mí después de besarla a ella?

—Yo no necesitaba confirmar nada, Dul. Yo siempre he sabido cuánto te amo. Además, fue Maite quien...

—¡Basta! —dijo, ya sintiendo sus ojos aguados—. Ya sé lo que me vas a decir, que fue ella quien te besó... era lo único que repetías...

—¡Es que es la verdad! —gritó Christopher, aventurándose a enmarcar el rostro de Dulce entre sus manos, para verla fijamente a los ojos.

—¿Y te obligó también a ocultarme que fueron novios? ¿Te obligó a decirle que la querías de una forma que nunca me ibas a querer a mi? —suspiró, tomando fuerzas para decir lo siguiente, mientras sentía las lágrimas correr por sus mejillas—. ¿Te obligó a que la llevaras a nuestro departamento esa noche y que durmieras con ella?

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó, notablemente sorprendido.

Dulce esbozó una débil sonrisa, llena de la misma decepción que sintió hace tres años, y tomó las muñecas de él para apartarlas de su rostro.

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