Veinticuatro: ¿Quieres estar conmigo?

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Estaba hecho, lo había dicho. Y aunque la ansiedad la carcomía luego de soltar esa declaración, también se sintió aliviada al pronunciar esas cuatro palabras, pues venía cargando con ellas desde hace años.

Por un momento se negó a ver la cara de Christopher, no quería ver la desilusión en su mirada, ni percibir su dolor, pues estaba segura de que sería el mismo que ella sintió cuando supo que nunca podría formar una familia.

—¿Hace cuánto lo sabes?

No respondió y él, como pocas veces, comenzó a perder la paciencia. Se pasó las manos por el pelo con desesperación y luego de respirar profundo, le acarició la espalda a su mujer para llamar su atención.

—Dulce, háblame, dime hace cuánto lo sabes.

La pelirroja pudo escuchar la rudeza en la voz de Christopher y era de esperarse, pero sencillamente le estaba costando muchísimo tranquilizarse y hablar. Sabía que todo estaba a punto de irse al carajo y tenía miedo, miedo de que cuando él supiera todo, se diera cuenta de que Virginia siempre había tenido razón, de que que ella no era suficiente para él. Tenía miedo de los reproches que pudiera hacerle, pero sobre todo, tenía terror de perderlo.

Estiró las piernas y las llevó a la orilla de la cama, donde se sentó finalmente con los pies en el suelo. Miró al techo con las mejillas completamente empapadas e inspiró por la nariz, para luego soltar el aire por la boca, en un intento por tranquilizarse.

Ladeó la cabeza por sobre su hombro para que Christopher pudiera escucharla, mas no lo miró.

—Lo sé desde que tuve un aborto, hace tres años.

Hubo un silencio ensordecedor por un par de minutos, mientras Christopher luchaba por procesar la información lo más rápido que podía, sin éxito.

Frunció el ceño, mientras trataba de reponerse, pues aquellas palabras lo habían impactado como un tren en movimiento. Por un momento se sintió mareado, por lo que aplastó sus ojos con el dedo pulgar e índice, luego se levantó, sin tener a donde ir, pero con la sensación de querer estar en movimiento, pues de lo contrario estaba seguro que la quietud lo llevaría al llanto.

—¿Un aborto? —preguntó finalmente, como si fuera ajeno siquiera a la existencia de esa palabra—. ¿De qué me estás hablando? ¿Cuándo...

No terminó de formular la pregunta, pues sus cuestionamientos estaban yendo demasiado rápido.

Dulce escuchó los pasos de Christopher por la habitación aproximándose hasta ella y sin tiempo de reaccionar sintió sus grandes manos rodeándole los brazos para levantarla de la cama y que lo viera a los ojos. Cuando lo hizo, se percató de que él nunca le había dedicado una mirada tan fiera como aquella.

—¿Cuándo tuviste un aborto? 

—Dos semanas después de irme de aquí —respondió con un hilo de voz.

Christopher cerró los ojos con fuerza por un minuto y la soltó de su agarre, dejándola de pie en el suelo. Caminó hasta la cama y se sentó en el borde de esta, con las manos cubriendo su rostro.

No le cabía en la cabeza cómo Dulce había sido capaz de irse de ahí sabiendo que estaba embarazada de su hijo, ¿cómo pudo hacerle algo así?, se preguntaba, ¿es que acaso ninguna de las mujeres que lo rodeaba había sido sincera con él?

—Christopher... —lo llamó con la voz quebradiza, intentando comenzar a explicarle lo que ocurrió, pero él la interrumpió.

—¿Cómo pudiste ocultármelo? Estabas embarazada y huiste de aquí... ¡Mierda, Dulce, era mi hijo también!

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