Dieciseisavo: ¿Qué te dejó?

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Christopher ya sentía las mejillas entumecidas por tanto sonreír, pero le era sencillamente imposible dejar de hacerlo al ver a su mujer, quien a su lado dormía plácidamente. Boca abajo, abrazada a la almohada cubierta por su brillante cabello pelirrojo y con la sábana cubriendo su cuerpo desnudo solo hasta las caderas, Dulce no podía verse más hermosa, pensó, durante el tiempo que llevase admirandola desde que despertó. Sinceramente no sabía cuánto había sido.

De costado como estaba, apoyando el peso en su codo izquierdo, el hombre levantó la mano que tenía libre y en un suave roce con sus dedos, acarició la tersa piel de la espalda de Dulce. Formó un trazo de abajo hacia arriba, guiándose por los huesos de su espina dorsal y el corazón le latió aún más fuerte cuando ella emitió un soñoliento murmullo de satisfacción ante su tacto. Se movió levemente, pero no abrió los ojos.

Christopher se inclinó y posó sus labios en el hombro desnudo de ella, decidido a embelesarse con esa zona. Cuando la vio curvar sus labios ligeramente hacia arriba, se impulsó hasta poner una mano a cada lado del cuerpo femenino, al igual que sus rodillas, dejándola bajo su cuerpo y en esa posición, se deleitó palpando la espalda de Dulce en toda su extensión con sus labios y su lengua.

Supo que estuvo despierta cuando mordió ligeramente la parte posterior de su cuello y un suave gemido se escapó de sus labios. Entonces, se acercó a su oreja y con la lengua demarcó todo su contorno.

—Buenos días, preciosa —le susurró, con la voz enronquecida por la excitación.

Dulce abrió los ojos, al tiempo que una sonrisa traviesa le embargaba el rostro. Puso los antebrazos en el colchón, para apoyarse en ellos y giró el rostro por sobre su hombro para verlo.

En sus ojos pudo ver ya encendida y candente la llama de la pasión, la cual se había encargado de traspasar con sus caricias y que ya estaba próxima a generar un incendio. Sentir su dura masculinidad en su trasero fue solo una confirmación de aquello.

—Hola, guapo —respondió. Se volteó entremedio de la prisión que presentaban sus fuertes brazos y poniendo ambas manos en su nuca, lo atrajo hacia ella para poder besarlo.

Fue un beso apasionado y ardiente, firme, el cual terminó por generar ese incendio que hace nada estaba presagiando. Sus lenguas se encontraron y se acariciaron frenéticas, como si hace años no se hubiesen unido, cuando la realidad es que apenas habían pasado unas horas desde su último encuentro.

Christopher tomó posesión del labio inferior de Dulce, lo succionó y lo mordió con suavidad, al tiempo que con una mano le acariciaba el muslo hasta llegar a la parte posterior de su rodilla, Entonces la agarró con fuerza y la elevó hasta que con ella se rodeó el costado de la cintura, logrando que sus partes íntimas se encontraran en un intenso roce que los hizo excitarse aún más, teniendo solo como barrera la sábana que hace minutos cubría la parte baja de la pelirroja.

Se besaron un rato más, mientras las manos de ambos vagaban por el cuerpo del otro con infinita devoción. Entonces, las manos de Christopher abandonaron el cuerpo femenino para quitar el suave estorbo de algodón entre los dos y cuando aquella sábana quedó enrollada en los pies de ambos, se aventuró a acariciar con sus dedos la suave y carnosa intimidad de su mujer, a la vez que se dedicaba a explorar su fragante cuello con sus labios.

La humedad que sintió en la yema de sus dedos le comprobó lo preparada que estaba para recibirlo, lo cual solo pudo excitarlo más. Dulce arqueó la espalda, completamente llevada por el placer que le provocaban las caricias del que fue su esposo, mientras gemía su nombre y enterraba la cabeza aún más en la almohada.

Sin dejar de frotar el henchido clítoris con sus dedos índice y corazón, la penetró de una sola estocada, logrando que Dulce perdiera la razón y gritara de puro placer. Christopher sonrió sobre el suave cuello femenino y se retiró, para inmediatamente volver a entrar en ella con la misma intensidad, marcando así un ritmo cada vez más desenfrenado entre los dos, en la búsqueda de la complacencia absoluta.

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