Christopher escuchó murmullos en la bruma de sus sueños, pero estaba tan cómodo que no hizo nada por descubrir de dónde provenían. Anoche había vuelto a casa luego de tres largos días apartado de su familia, en la Ciudad de México, resolviendo temas administrativos con los corporativos y distribuidores con los que estaba asociado.
Llegó a las once de la noche, hambriento, cansado y de mal humor por el mal tráfico que lo había retrasado más de la cuenta, pero todo eso quedó en el olvido cuando vio a su esposa esperando por él en la cama, vestida con uno de los muchos camisones cortos de seda que usaba para dormir. Anoche había escogido el negro, su favorito, y con él puesto le había dado la más calurosa y apasionada bienvenida. Por horas se habían amado, recuperando el tiempo perdido y aprovechando que los niños ya estaban dormidos hace bastante rato. Luego, como cada noche desde hace un poco más de ocho años, se habían puesto cada uno su pijama, pues no sabían cuando alguno de los trillizos, o los tres, podría ir a su habitación a hurtadillas; él la había estrechado entre sus brazos y se sumieron en un profundo sueño.
Con los ojos cerrados palpó el lugar a su lado, esperando encontrar el tibio cuerpo de Dulce, pero ella no estaba ahí. Ni siquiera su ausencia fue capaz de hacerlo abrir los ojos.
Murmullos otra vez.
El sonido de la puerta al abrirse despacio.
Risas ahogadas y pequeños pasos.
—¡Benja, no!
Escuchó a Dulce susurrar, pero fue tarde, pues no pasó ni medio segundo para que sintiera el pequeño cuerpo de su hijo sobre su estómago mientras lo escuchaba gritar divertido:
—¡Papi, despierta!
Eso definitivamente lo hizo abrir los ojos, mientras soltaba el aire en un quejido por el impacto recibido. Enseguida, Antonia y Sofía, imitando a su hermano, saltaron encima de su padre entre carcajadas.
—Buenos días para ustedes también — le dijo a sus hijos, con una sonrisa dormilona en el rostro, mientras se acomodaba hasta sentarse en la cama.
Los trillizos de cinco años, se acomodaron alrededor de Christopher buscando su atención como si no lo hubiesen visto en vidas. Las niñas se ubicaron a cada lado, mientras que Benjamín se quedó entremedio de sus piernas.
Dulce rodeó la cama hasta sentarse en el lado que estaba desocupado, una vez ahí dejó la gran bandeja con el desayuno que los niños y ella habían preparado. Era ya casi una tradición que cuando uno de los dos debía viajar por trabajo, pues les tocaba hacerlo de vez en cuando como directores generales de sus respectivas empresas, a la mañana siguiente de su regreso desayunaban en la cama con sus hijos, sin importar el compromiso que hubiese ese día.
Hoy era sábado, por lo que podían disfrutar del tiempo juntos sin preocuparse por nada.
—Buenos días, preciosa.
—Hola, mi amor.
La pelirroja se inclinó y le dio un corto beso en los labios.
—¡Papi, mira, te hicimos galletas! —dijo Sofia, como una forma de acaparar su atención, mientras tomaba una con forma de estrella del bowl sobre la bandeja y se la entregaba.
Dulce se rió mientras se apartaba, sabiendo que tanto ella como Antonia eran muy celosas de su padre y se disgustaban cuando había una muestra de afecto entre ellos. Benja era igual, pero con ella.
—Yo te hice esta —agregó Antonia, tomando una en forma de flor con glaseado rosa.
—Y yo esta —dijo Benja, tomando otra para entregársela a Chris—. Tiene forma de murciégalo por Batman, nuestra pelí favorita. Cómete la mía primero.
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El Testamento
FanfictionDulce María Espinoza estaba segura de que su abuela había perdido un tornillo antes de morir, pues no había otra explicación a lo que estipulaba su testamento. Le había contado a la anciana todo lo que había vivido con el excesivamente guapo y muje...