Veintitrés: Familia

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—¿Estás muy cansada? —preguntó él en un susurro.

—Un poco —admitió Dulce y le regaló una media sonrisa, la cual Christopher respondió de igual modo.

—Puedo ir a dejarte a casa, si quieres.

—Ni hablar. Me quedo contigo —dijo firme, pero luego dudó y buscó su mirada—. A no ser que quieras que me vaya.

Christopher sonrió y le acarició la mejilla en un tierno gesto.

—Por supuesto que no, mi amor, pero no quiero que estés aquí pasando sueño. Sé que Maite no es santa de tu devoción y tienes buenas razones para ello.

—Es cierto —acordó Dulce—. Pero no estoy aquí por ella, si no por tí. No quiero dejarte solo.

Christopher no respondió, solo tomó una de las manos de Dulce entre las suyas y la apretó con amor y agradecimiento.

Hace una hora que habían llegado a la clínica más cercana desde la casa de los Uckermann, luego de que Maite cayera desvanecida sin razón aparente.

Dulce desvió la mirada hacia los padres de la morena, quienes llegaron minutos después de que su hija fuera ingresada, pues Virginia se había sentido en la obligación de avisarles lo que pasaba. Se veían tan distinguidos como lo era Maite. La madre era una mujer alta y refinada, con finas facciones y un cabello largo color negro azabache, recogido en un elegante moño; mientras que su padre se veía como todo un ejecutivo exitoso, vestido con lo que a lo lejos se notaba como un traje de tela italiana, hecho a la medida y zapatos tan bien lustrados, que la pelirroja podía apostar que si se acercaba podría ver su reflejo en ellos.

En cuanto había visto a Christopher lo habían saludado como a un hijo, al igual que como los padres de él trataban a Maite, y, sorprendentemente, con ella habían sido muy cordiales, aún cuando Christopher la había presentado como su esposa.

Dulce apoyó la cabeza en el hombro de Christopher con los ojos cerrados y este la besó en la frente.

Quince minutos después, un médico salía de la sala de urgencias preguntando por los familiares de la señorita Maite Perroni e inmediatamente sus padres y los de Christopher se acercaron.

—Puedes ir —le dijo Dulce, cuando vio que él dudaba en acercarse.

—¿Segura?

La pelirroja solo asintió con la cabeza y cuando esperaba que Christopher se levantara para ir hacia donde estaban los demás, él la sorprendió tomándola de la mano para que fuera con él.

Al principio se mostró reticente, pues sentía que no tenía nada que hacer ahí, ya suficiente era estar en la clínica. Pero Christopher insistió con la mirada y, como siempre, ella no pudo negarse.

—Nosotros somos sus padres —dijo la madre de Maite.

—La señorita Perroni ya despertó y se encuentra estable. El desmayo tuvo dos causas principales, la primera fue una baja de presión debido a una impresión muy fuerte. ¿Hubo algo que alterara a la paciente minutos antes del desmayo? —preguntó cauteloso.

Todos los presentes miraron a Christopher, pues fue quien estuvo con ella cuando se descompensó.

—No —aseguró él con el ceño fruncido—. Estábamos hablando y de pronto se puso muy blanca. Antes de que pudiera comentárselo ya se estaba desvaneciendo.

—¿Es usted la pareja de la paciente?

—No —volvió a responder, estrechando la mano de Dulce con fuerza—. Soy su amigo, ¿qué tiene que ver eso con su estado?

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