Dulce le guiñó un ojo a su esposo a través del cristal delantero del auto para darle ánimo, cuando él volteó a verla antes de entrar a la oficina de Patricia Robledo. Sabía que en esos momentos él necesitaba que estuviera a su lado, pero ella debía quedarse con los niños, quienes agotados por el largo viaje desde Puebla hasta la capital, estaban un poco inquietos en el asiento trasero de la camioneta urbana.
Se desabrochó el cinturón de seguridad y bajó del vehículo para ayudar a sus hijos a bajar también. Cuando lo hizo, lo aseguró, con una mano tomó la de Antonia y con la otra tomó la de Benja, quien a su vez tomaba la manito de Sofia, y así caminó con ellos por los verdes predios con los que contaba la clínica de reposo, mientras esperaba que Christopher saliera de la oficina para que luego entraran a ver a Virginia.
—¡Mami, mira, son patitos! —dijo Sofía con emoción, al tiempo que apuntaba un estanque artificial en el que efectivamente habían algunos patos de collar.
—¿Podemos ir a verlos? —preguntó Benja.
—Está bien, pero no se acerquen mucho a la orilla.
La pelirroja sonrió al ver a sus pequeños correr hacia el estanque, emocionados por los animales. Era increíble como al ser trillizos, eran tan diferentes. Físicamente eran similares, Benja y Sofi eran una mini copia de Christopher y de ella respectivamente, mientras que Antonia era una mezcla perfecta de los dos. Si bien los tres eran muy dulces, alegres y llenos de energía, cada uno tenía algo que los hacía muy particular y como padres se habían preocupado de hacer preservar esa individualidad, pues no querían que por el hecho de ser trillizos, todo fuera igual para los tres, razón por la que no los vestían con la misma ropa, ni peinaban a las niñas iguales.
Benja era el protector de sus hermanas, se había puesto en medio de las dos y con ambos brazos extendidos, les impedía avanzar más de lo que él lo había hecho; Sofía era la princesa de la casa, muy correcta, dulce y bien portada y Antonia era la aventurera y traviesa, un verdadero torbellino que arrasaba con todo a su paso, y sobretodo con el corazón de sus padres, aunque ese era una cualidad que compartían los tres por igual.
Sin dejar de mirarlos, se quedó unos pasos más atrás, percibiéndose a sí misma nerviosa. Y no era para menos. Hace años que no veía a Virginia, ni a Víctor, no sabía cómo reaccionarían al ver la familia que habían conformado y esa incertidumbre la angustiaba. Por más que intentaba no guardar rencores, no podía olvidar que la madre de Christopher la había despreciado nada más conocerla y ahora eso, ciertamente, no le importaba demasiado, pero lo que si la mantenía alerta, era que ese desprecio no afectara a sus hijos, que su suegra emitiera un mal comentario hacia ellos en su demencia y los hiciera sentir mal.
—¡Niños! —los llamó. Los tres giraron sus cabecitas y volvieron a correr hacia ella, quien los esperó arrodillada en el césped para estar a su altura.
—¿Ya podemos ver a la abuelita?
—Aún no, Benja. Tenemos que esperar a que papá nos venga a buscar para verla.
—Mami, ¿tu crees que nos quiera?
Sonrió enternecida con las palabras e inocencia de Antonia.
—Claro que sí, mi amor, los quiere mucho a los tres. Pero no se olviden de que la abuelita está un poco enferma, así que tienen que portarse bien cuando la vean —les pidió, tocándole la punta de la nariz a cada uno, logrando que rieran.
—Si mami, seremos buenos —prometió Benja.
Dulce besó la mejilla de sus tres pequeños y cuando terminaba sintió a Christopher detrás de ella.
—Ya podemos entrar.
Al escuchar aquello, sus nervios se alteraron más. Miró a su hijo y con cuidado le arregló el cabello que le caía en la frente, también la playera y limpió sus pantalones. Luego miró a Sofía, revisó que las dos trenzas color castaño oscuro estuvieran bien y alisó su vestido. Y por último: Antonia, su pequeño terremoto, le acomodó la alta cola de caballo que retenía los alborotados rizos que había heredado de su padre y le ajustó el bonito overol color rosa y playera blanca que llevaba puestos.
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El Testamento
FanfictionDulce María Espinoza estaba segura de que su abuela había perdido un tornillo antes de morir, pues no había otra explicación a lo que estipulaba su testamento. Le había contado a la anciana todo lo que había vivido con el excesivamente guapo y muje...