Veintiuno: Desagradable sorpresa

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A Virginia Uckermann no se le movió ni un pelo si es que llegó a sorprenderse por ver a su hijo ahí.

La elegante mujer sonrió a ambos con frialdad. Vestida con un impecable vestido color hueso de mangas largas, el cual cubría sus rodillas, destacando el azul despampanante de sus zapatos de tacón Manolo Blahnik, dio un par de pasos al interior del despacho de la que fue su nuera y que, para su pesar, estaba cada día más cerca de volver a serlo.

—Buenas tarde, Dulce María —saludó con una ceja levantada.

—Hola, Virginia.

—Hijo.

—Mamá, ¿qué haces aquí? —preguntó Christopher, aun sin poder salir de la sorpresa de verla ahí

En un afán de querer proteger a su mujer, se puso a su lado, apoyándose igual que ella en el escritorio, mientras le rodeaba la cintura con un brazo.

—Vine a hablar con tu novia.

—Dulce no es mi novia, mamá, es mi esposa y lo sabes.

—¿Acaso volvieron a casarse? —preguntó con ironía en la voz—. Porque hasta donde yo me quedé, ustedes estaban divorciados.

Sin esperar una respuesta Virginia dio un barrido con la mano en el aire, como restándole importancia a lo que discutían.

—En fin, da igual. Me alegro de que estés aquí también, porque a lo que venía es a hacerles una invitación.

—¿Una invitación? —repitió Christopher extrañado.

—Así es, me gustaría mucho que vinieran hoy a la casa a cenar.

Christopher miró a Dulce, quien se veía tan confundida como estaba él desde que su madre había llegado.

—¿Qué pretendes, mamá? ¿Por qué el repentino interés?

Virginia soltó una suave carcajada, la cual estaba teñida de tristeza.

—Quiero ser parte de tu vida, hijo. Tu padre y yo lo queremos —suspiró—. Mira, entiendo que me he portado mal con ustedes, sobre todo contigo Dulce —dijo mirando a la pelirroja—. Pero quiero remediar un poco la situación. Por favor, denme la oportunidad.

—Mamá...

—Iremos —dijo Dulce, antes de que Christopher pudiera terminar de decir lo que tenía pensado, ganándose una extraña mirada de su parte, mientras una mueca se formaba en su rostro.

—¡Fantástico! —sonrió Virginia, juntando las manos—. Los espero a las ocho.

Sin decir más, salió de la oficina. Dejando la idea de que su visita había sido una suerte de alucinación debido a lo escasa en tiempo que se había percibido.

Dulce sentía su corazón latir con fuerza y las manos sudorosas, pero esperaba que su suegra no hubiera notado como la afectaba. Ella no era tonta, sabía que Virgina los había invitado con un propósito y dudaba mucho que fuera aquel que dijo tener. Por el contrario, estaba segura de que cuando entraran en aquella casa por la noche, probablemente se llevara una desagradable sorpresa. Pero no se acobardaría, pues no le daría ese placer.

Seguramente esperaba encontrarse con la misma jovencita tímida y vergonzosa que solía ser, pero ya no más, haría valer su lugar como pareja de Christopher.

El hombre se levantó de donde estaba en cuanto su madre cerró la puerta tras de sí y se puso frente a la pelirroja, aun un poco aturdido por lo que acababa de pasar.

—¿Por qué aceptaste?

—¿Por qué no habría de hacerlo? —refutó Dulce con tranquilidad.

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