—¡Niños no corran! —les dijo Dulce a sus hijos cuando salieron de la habitación de Virginia.
Los tres pequeños pararon su carrera en el verde césped y voltearon a ver a su madre por un momento con cara de disculpa, pero luego se quedaron ahí jugando entre ellos, esperando por sus padres que se habían quedado más atrás.
Dulce a su vez, esperó por Christopher, quien se había quedado dentro de la habitación escuchando a Jacinta sobre el estado de su mamá y también pidiéndole ciertos cuidados que, a su entender, Virginia requería. Cuando por fin salió, Dulce sintió como el corazón se le oprimía al verlo tan triste. Se acercó a él y se empinó para abrazarlo, mientras él le rodeaba la cintura con los brazos y escondía la cabeza en la curva de su cuello.
Ver a su madre en ese estado lo había afectado más de lo que pensó y tal vez debido a eso no la visitaba tan frecuentemente como debería, pues pese a todo el daño que Virginia les había hecho en el pasado, ella era su madre y él la quería mucho, pero no soportaba ver como esa mujer fuerte que solía ser, se había convertido en esta anciana disminuída por el Alzheimer.
Dulce le acarició la cabeza y lo besó en la mejilla antes de apartarse para verlo a los ojos, mientras con las dos manos le enmarcaba el rostro.
—Tu mamá está bien cuidada aquí, mi amor, y vendremos más seguido a visitarla —dijo, casi adivinando lo que estaba pasando por la cabeza de su esposo.
—¿Crees que fui muy duro con ella todos estos años?
Dulce suspiró, al tiempo que le acariciaba la mejilla. Volteó a darle un rápido vistazo a sus hijos, quienes seguían jugando un poco más allá de donde estaban ellos y volvió a ver a Christopher.
—Creo que hiciste lo que pensaste que era mejor para tu familia. Y nadie puede reprocharte eso, ni siquiera tú mismo.
Christopher asintió en silencio y vio a su mujer ponerse nuevamente de puntillas para darle un beso en los labios, que él recibió gustoso.
Se separaron y se sonrieron enamorados, luego Dulce dio un paso hacia atrás para que emprendieran el camino hacia la camioneta, pero inmediatamente Christopher volvió a rodearle la cintura para atraerla hacia él.
—Te voy a dar otro, aprovechando que los niños están distraídos —bromeó antes de besarla de nuevo.
Dulce se rió en aquel beso, pero no lo rompió, se quedó envuelta en los brazos del único hombre que amaba y que sabía que amaría por siempre en esta vida y en la siguiente.
Luego de aquel cariño se tomaron de la mano, entrelazando sus dedos para ir a buscar a sus hijos e irse de ese lugar.
—Podríamos pasar el día aquí en México, para que los niños conozcan la ciudad —propuso Dulce.
—Buena idea.
—¡Dulce, Christopher!
Ambos voltearon al escuchar la voz de Patricia Robledo, quien acababa de salir de su despacho para alcanzarlos a pasos apresurados.
—Que bueno que aun no se han ido, me gustaría hablar con ustedes un momento —vio a Dulce ver a sus hijos y le tocó el hombro—. Mi despacho tiene un ventanal al jardín, desde ahí puedes vigilarlos para que te quedes tranquila.
—De todas formas voy a hablar con ellos para que no se asusten si no nos ven. Vayan ustedes y enseguida los alcanzo.
Dulce caminó la corta distancia que los separaba de los niños y los llamó para llamar su atención, los tres se reunieron con ella inmediatamente y se agachó para estar a su altura.
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El Testamento
FanfictionDulce María Espinoza estaba segura de que su abuela había perdido un tornillo antes de morir, pues no había otra explicación a lo que estipulaba su testamento. Le había contado a la anciana todo lo que había vivido con el excesivamente guapo y muje...