Quinceavo: Tú no eres ella

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—No puede ser verdad —dijo Poncho totalmente impresionado, luego de que su mejor amigo le contara lo que había ocurrido hace tres años atrás.

Christopher, apoyado en el marco del amplio cristal, que le daba una vista panorámica a una de las cuatro automotoras de las que era dueño, se volteó a verlo con el ceño fruncido y ojos entornados.

—¿Insinuas que Dulce me mintió?

—¡No! —se apresuró a decir, logrando que Christopher volviera a perder la mirada en algún lugar del galpón—. Por supuesto que no, ¿cómo crees?... Solo me cuesta pensar que Maite haya hecho algo así. Es decir, la conocemos desde siempre.

—Aparentemente no tanto como creíamos —dijo caminando hacia su escritorio, para tomar asiento en su silla de cuero frente a Alfonso.

—Bueno, tal vez no lo hizo con mala intención —mencionó rascando su barbilla, en un intento por darle a su amiga el beneficio de la duda.

—Me sorprende tu ingenuidad —dijo Christopher enarcando una ceja—. Si no fue con la intención de que Dulce creyera algo que no era, ¿entonces, cuál? —esperó una respuesta del moreno, pero finalmente este no pudo decir nada—. Poncho, tú no sabías nada de esto, ¿verdad?

—¡Claro que no! —aseguró con los ojos muy abiertos, al tiempo que se inclinaba hacia adelante en el escritorio—. ¿Cómo se te ocurre que yo podría haber ayudado a Maite a hacer algo así?. Además, ¿qué te hace pensar que ella me lo contaría? —Christopher solo se encogió de hombros, taciturno—. De los tres, ella siempre te ha tenido más confianza a tí... Ahora ya comprobamos el por qué.

—¿Por qué? —preguntó mirándolo a la cara y su amigo bufó por lo bajo.

—Es evidente que Maite está enamorada de ti, Ucker, siempre lo ha estado. 

—Eso no es cierto —se defendió, desviando la mirada hacia un costado—. Fuimos novios un tiempo y no funcionó, precisamente porque nos dimos cuenta de que siempre ha existido entre nosotros un cariño de hermanos.

—Te habrás dado cuenta tú, porque al parecer a ella no le quedó tan claro.

—No digas tonterías. Maite siempre ha sido muy cercana y celosa conmigo porque prácticamente nos criamos juntos, además de que creció con mi mamá repitiendole la absurda idea de que ella es la única mujer para mi. Pero no está enamorada, me lo dijo cuando rompimos...

—¿Quién es el ingenuo ahora?

—Está con Christian hace años —continuó en su defensa—. ¿Me vas a decir que ha sido su novia todo este tiempo, estando enamorada de mi?

—Yo no sé —respondió levantando los brazos—. Pero a mí se me hace que la Maite siente más por tí de lo que nos ha hecho creer a todos... ¿Por qué, si no, hizo todo lo que hizo?

Antes de que Christopher pudiera responder, el sonido del intercomunicador los interrumpió.

—La señorita Maite Perroni está aquí, ¿la hago pasar? —dijo la secretaria a través del aparato.

—Si, Amelia, por favor —respondió. Luego miró a Poncho—. Eso es precisamente lo que voy a averiguar ahora.

Ambos hombres se levantaron de sus asientos y, en cuestión de segundos, Maite apareció por la imponente puerta de madera.

Siempre de punta en blanco, la morena vestía una blusa celeste y una minifalda color rosa claro con aplicaciones fucsias y púrpuras, acompañado de unas sandalias de tacón color crema que la hacían ver mucho más alta de lo que era, mientras que de su brazo colgaba un bolso de diseñador. Se quitó los lentes de sol al entrar, con su larga cabellera negra siguiendo el compás de sus movimientos.

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