Onceavo: Dímelo de nuevo

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Dulce se apresuró a llegar hasta el baño para buscar la cajita de primeros auxilios con la que su abuela contaba. Abrió el estante bajo el lavabo y al coger la pequeña maleta pudo evidenciar el temblor de sus manos. Lo cierto es que hasta ahora no se había dado cuenta de lo nerviosa que estaba.

Encontrarse a Pablo en casa cuando llegó, sin duda fue algo inesperado. Había estado hablando con él esporádicamente durante las dos últimas semanas, asegurándole que todo estaba bien, que en cuanto pudiera iría a visitarlo a la capital y él se había mostrado comprensivo y paciente por teléfono. Francamente no entendía qué podría haberlo orillado a hacerle esa visita, tampoco lo que logró que él y Christopher llegaran a los golpes, pero lo que más le desconcertó fue cómo reaccionó con ella al final. Pablo nunca había sido violento, no negaba que tenía mal genio y una actitud petulante, pero jamás la había tratado así.

Respiró profundamente, tratando de dejar sus pensamientos e incertidumbres a un lado para enfocarse en curar a Christopher, quien luego de un rato de negarse a que le limpiara la herida, finalmente había accedido.

Volvió a la cocina, donde el hombre la esperaba sentado en una de las sillas de madera. Dejó la caja en la mesa a su lado, la abrió y sacó la gasa, para luego acercarse al grifo, lavarse las manos y mojar la tela. Se acercó y ubicó una silla frente a él, en la cual tomó asiento. Con una mano le sujetó suavemente la barbilla, mientras que con la otra le limpiaba el hilo de sangre que emanaba del golpe, ubicado en lo alto de su pómulo izquierdo.

Sentía su corazón latir a mil por hora mientras ejecutaba la tarea, pues el roce de la piel de Christopher bajo sus dedos, además de la intensa mirada que él le daba, solo lograba inquietarla y ponerla aún más nerviosa, pero trató de mostrarse serena, pese a que sus mejillas ardiendo y teñidas de carmín, probablemente la estuvieran delatando.

La pelirroja se aclaró la garganta luego de humedecer un nuevo trozo de gasa, pero esta vez con agua oxigenada.

—Puede que te arda un poco —le avisó. Christopher no dijo nada y si efectivamente sintió algo incómodo cuando presionó la tela con el antiséptico en la herida, no lo demostró, pues se mantuvo estoico, con la misma mirada penetrante sobre ella —. ¿Por qué te estabas peleando con Pablo cuando llegué?

—Digamos que él no soportó que yo le dijera unas cuantas verdades. Se molestó, me golpeó y yo me defendí —respondió mientras Dulce continuaba curando la herida en su rostro.

—¿Qué le dijiste? —preguntó, dejando la gasa en la mesa al concluir con lo que hacía.

—Lo que yo le haya dicho, o lo que él me dijo no importa —tomó una de las manos de Dulce entre las suyas—. Lo importante es como reaccionó contigo —suspiró apesadumbrado—. Dul, ¿realmente estás enamorada de ese tipo?

Dulce esquivó la pregunta poniéndose de pie, guardó los utensilios en la caja de primeros auxilios con rápidos y torpes movimientos y apiló las gasas utilizadas para luego llevarlas a la basura. Se acercó al grifo y nuevamente se lavó las manos, mientras sentía como las lágrimas comenzaban a derramarse de sus ojos, incapaz de contenerlas. Cerró el paso del agua y apoyó ambas manos en el borde de la encimera, no queriendo voltearse y que así Christopher la viera llorar.

Él siguió todos sus movimientos desde donde estaba y cuando escuchó el suave sollozo que involuntariamente emitió, no pudo hacer más que levantarse e ir hasta ella. La tomó por los hombros suavemente, la giró y la envolvió en sus brazos para reconfortarla. Sintió como Dulce apoyaba su cabeza en su pecho y le rodeaba la cintura con sus brazos mientras continuaba llorando. Entonces, Christopher se preguntó cuál sería el móvil de sus lágrimas. ¿Acaso sería por la conmoción que le provocó verlos pelear? ¿Aún estaría asustada por cómo Pablo la había tratado? ¿O posiblemente se sentía mal porque él se había marchado molesto con ella? ¿Estaría llorando por el amor que sentía por Pablo y una inminente ruptura de su relación?

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