2.

551 18 8
                                    


ASHLEY

Llegamos a aquel pueblecito costero de California pasado el mediodía. Era realmente bonito. Las casas estaban pintadas de diferentes tonos de azules y blancos, casi todas con un pequeño jardín. Tenía que admitir que me emocioné un poco al ver el mar. Le tenía fobia, pero el ambiente de la playa en general nunca me desagradó. Divisé un par de cafeterías, un supermercado, y muchos chiringuitos y locales que supuse que tendrían mucha vida por la noche. También varias tiendas con artículos de playa, así como de surf. 

Hacía mucho calor. MUCHO. 

Y yo no estaba acostumbrada al calor, por lo que nada más bajar del avión ya noté gotas de sudor cayéndome por la frente. También me tendría que comprar unas gafas de sol si no quería quedarme ciega. Vi a un par de personas, que andaban en bikini y bañador por el paseo marítimo. Qué morenos. Instintivamente, me miré la piel. 

Blanca como la leche, querida.

Antes de ir a ver la casa, bajamos a la arena. Quemaba, pero no me importó. Mi madre sonrió ampliamente cuando vio el paisaje. Murmuró algo para sí misma, pero no logré escuchar el qué.

Allí no tendríamos que usar el coche, ya que todos se movían andando por el pueblo. Al parecer, mi madre también se había vuelto más ecológica y aseguró que si necesitábamos desplazarnos por California, utilizaríamos otros medios. 

Poco después, llegamos a nuestra casa. Era blanca, con toques azules, como las otras. No era ni muy grande ni muy pequeña. Lo que nos podíamos permitir. Tenía un pequeño porche que me agradó bastante. Eché una ojeada a mi alrededor, y me sorprendí al ver la casona que se encontraba al lado de la nuestra. 

Vecinos ricos...*levanta y baja las cejas con sonrisa maligna.*

Como si me hubieran leído la mente, un hombre algo canoso de la edad de mi madre más o menos, salió de la casa de al lado. Llevaba unas bermudas y una camisa de cuadros, simple. Iba con una gorra para atrás, y en chanclas. Me sentí demasiado abrigada con mis vaqueros, y mis Converse tupidas. Nos vio de reojo, y alzó una mano en el aire, saludándonos.

 ¿Es que mi madre conocía a ese hombre? ¿Me estaba perdiendo algo? 

El hombre se acercó a nosotras, con una amplia sonrisa.

-¡Hola! Debéis ser las nuevas vecinas. Esta casa llevaba mucho sin ser usada, al menos ahora alguien vivirá en ella.- se rio.- Me llamo Andrew Adams, soy vuestro vecino de al lado. 

Le tendió la mano a mi madre, y ella se la correspondió, a la vez que sonreía, tímidamente. No llevábamos ni media hora allí y ya estaba flirteando.

Así que ese es nuestro vecino...¿desde cuándo los vecinos son así de amables?

-Encantada. Me llamo Jennifer, y esta es mi hija Ashley.- sonreí a Andrew al oír mi nombre. 

-Qué bien. ¿Cuántos años tienes?- me interrogó, aún con la enorme sonrisa en la cara.

-Diecisiete.- afirmé. 

-Cumple dieciocho a finales de agosto.- añadió mi madre. 

¿Y a él que le interesa eso, mamá?

Eso es fantástico!- exclamó, entusiasmado.- Mi hijo, Austin, ha cumplido diecinueve hace poco. Sólo os lleváis un año. Puedo presentártelo, y que él te presente a sus amigos. Así conocerás a gente.

Iba a decir mi opinión, pero mi madre me cortó. 

-¡Genial! ¿Verdad, Ash?- asentí, ya que sabía que no me serviría de nada llevarle la contraria.- Pues muchas gracias, Andrew. Te lo agradecemos. 

INEFABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora