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SARAH

Revisé las redes durante un par de minutos más después de que Ashley me colgara. 

Aunque no había nada nuevo, tan solo lo mismo de siempre. Suspiré al entrar en solicitudes de Instagram. Ni siquiera dudé, mi dedo ya tenía la costumbre de eliminar todas. Normalmente eran de tíos a los que no había visto en mi vida. 

El tío que estaba en la cama de mi habitación tampoco ayudaba mucho. 

Basta de llantos.

Me levanté de la incómoda taza del váter, y me miré al espejo del baño. 

Suspiré. Me eché agua en la cara, terminando con el poco maquillaje que me quedaba. Froté los ojos con fuerza, para que no quedara rastro de que había estado llorando.

Tenía un aspecto de mierda. Me dolían todos los músculos. Quería dormir. 

Me até el pelo en un moño flojo y volví a frotarme la cara antes de salir a la habitación. 

Spencer estaba apoyado en el cabecero, también con el móvil. Una traviesa sonrisa se formó en sus labios cuando clavó los ojos en mí.

Sonríe, no pasa nada.

-Ya te echaba de menos.- murmuró.

Una falsa sonrisa se formó automáticamente en mi rostro. Ya era algo que me salía solo. 

Me subí a la cama, a su lado. Él me empezó a dejar húmedos besos por mi cuello y clavícula. 

-Spencer, mis padres están a punto de llegar. Es mejor que te vayas.- recomendé. 

-¿No podemos estar un rato más?- me agarró del cuello, besándome en los labios.

Yo se lo devolví, pero me aparté al instante. 

-Ya nos veremos, ¿vale? Pero no quiero meterme en líos.

Le aparté con la mano, bajándome de la cama. Un minuto después, él terminó asintiendo. Spencer vivía en Los Ángeles y siempre nos veíamos cuando yo venía por aquí.

Ahora, era por una reunión de mi padre. Y esa tarde también había aprovechado para irme de compras. 

Nuestra casa de Los Ángeles siempre me había encantado, pero ya no la veía igual. 

Spencer salió sigilosamente por la puerta, dejando mi habitación. Yo aproveché para enfundarme un pijama, quitándome el sujetador. 

Cuando se fue, me dejé caer dramáticamente sobre mi cama. Más lágrimas amenazaban con brotar, pero no lo permití. 

Estaba enfadada conmigo misma. Harta. No culpaba a Spencer, él no tenía la culpa, ¿no? Al fin y al cabo era un tío más, buscando lo mismo que los otros. Acostarte con cualquier chica durante un par de noches, pero a la hora de la verdad, ninguno estaba ahí. 

Estaba harta de mí. Por engañarme tanto y tapar mis sentimientos. Porque podía tener de todo, menos lo que en verdad quería. 

Me acordé de Ashley. Me sentía un poco mal por haberla mentido sobre Austin y Hailey, o haberla soltado que pillé a Austin enrollándose con una tía, pero honestamente, me había salido solo.

No lo pude controlar. Además, seguro que lo arreglarían y al día siguiente estarían como si nada. 

De pronto, oí abrirse la puerta de la calle, seguida de un portazo. Me incorporé y los ya familiares gritos me indicaron que eran mis padres los que acababan de entrar. 

Venían de salir a cenar, pero, al parecer, había salido fatal. 

-¡SIEMPRE DICES LO MISMO! ¡EL TRABAJO, EL TRABAJO! ¡PUES NO HABERTE PRESENTADO A ALCALDE!- mi madre había vuelto a perder los nervios. 

-¡SOLO INTENTO DAROS LO MEJOR A TI Y A SARAH! 

-¿Y TAMBIÉN A ESA TAL COURTNEY, A LA QUE ESTÁS TAN UNIDO? 

Oí que algo se rompió, y a mis padres subir las escaleras. También estaba harta de sus discusiones diarias, producidas por el dinero principalmente. O por las amantes de mi padre. 

No entendía a mi madre, cómo seguía con él después de que le hubiera sido infiel varias veces. Supongo que ninguno quería romper la imagen de la familia rica, y más perfecta del pueblo.

Pero la realidad era que mi familia era de todo menos perfecta. 

Apagué la luz, y me tumbé con la cabeza en la almohada. Quería descansar y olvidarme de todas las mierdas de mi vida. También apagué el móvil. Vi de reojo que mi madre abrió la puerta de mi habitación, pero me hice la dormida. 


Por la mañana, desayunábamos en silencio. Rose, la chica que nos cuidaba y limpiaba esa casa, trajo una cafetera con café recién hecho.

Me serví una taza sin dudarlo. 

Mi madre leía el periódico, sin dirigir palabra a mi padre. Mi padre hablaba por teléfono, como de costumbre. Nos íbamos ya al pueblo, y la verdad, agradecía que iba a volver a ver a mis amigos. 

Tomé una segunda tostada para untarle mantequilla, pero mi madre me la apartó de un manotazo, sin ni siquiera apartar la vista del periódico. 

-Una es suficiente, Sarah. Te pondrás como una foca.- afirmó. 

Asentí, dejándola en la bandeja. Entorné los ojos. 

Mi madre y su obsesión con permanecer delgada era algo que había tenido que aguantar desde pequeña, pero ahora me pasaba factura más que nunca.

Me limité a beber un buen vaso de agua antes de tomar otro sorbo de mi taza. 

Después de desayunar, aún en silencio, recogimos las cosas y las cargamos en el coche. 

Volvíamos a casa después de pasar un día y la noche en Los Ángeles.

Suspiré aliviada, al menos en nuestro pueblo tenía libertad como para no ver a mis padres durante la mayoría del día. 

INEFABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora