3.

390 18 4
                                    

ASHLEY

Pienso firmemente que hay personas de fiesta.

¿Qué es una persona de fiesta? Alguien con energía, ropa de colores, pelo bonito, maquillaje, y que sepa bailar. Luego estábamos las personas como yo. Personas que pasan la mayoría de sus noches en sudadera, comiendo helado, y viendo Netflix. El caso es que yo no era una persona de fiesta, al menos ahora, y tenía que ir a una.

No tenía ropa bonita, y tras mucho buscar, decidí que iría como siempre. Me enfundé unos vaqueros cortos y una sudadera negra de Los Rolling Stones que perteneció a mi padre. Las sudaderas eran mi prenda favorita y bueno, por la noche no haría tanto calor, ¿verdad?  Recogí mi pelo castaño en una coleta alta, aunque aún no lo tenía lo suficientemente largo como para que me llegara bien, y ni barajé la opción de maquillarme, aunque las ojeras que adornaban mis ojos eran plenamente visibles. Mi madre estaba encantada con que saliera, ya que no quedaba con nadie desde...mucho tiempo.

Fui andando hasta la playa, y cuando llegué me arrepentí de haber ido al instante. Había por lo menos 30 personas, de más o menos mi edad, aunque comparada con ellos yo parecía ser una cría de 13 años. Los chicos eran altos y a cada cual más atractivo y moreno, y las chicas, todas esbeltas y preciosas, tan solo llevando pantalones minúsculos y la parte superior del bikini, a pesar de que era de noche y sí que corría brisa.

Resumen, yo era ridícula. Había un chiringuito con música y luces de colores, y estaban algunos bailando, bebiendo, o jugando al voleyplaya. Eso me trajo muchos recuerdos. Hacía tanto que no tocaba un balón. Extrañaba la sensación de equipo, la adrenalina, y todo lo que ese deporte me había brindado. Pero me recordaba tanto a...él. 

 Estaba a punto de irme, porque me sentía totalmente fuera de lugar, y como de costumbre sólo me apetecía esconderme a llorar entre las mantas de mi cama, cuando un rostro que había conocido horas antes captó mi atención. 

Austin estaba sentado en la arena con un grupo de dos chicos y una chica, conversando y riendo alegremente. En cuanto me vio, se giró y me hizo un gesto de saludo con la mano para que me acercara a ellos. Bueno, creo que fue a mí, porque me giré y no había nadie detrás mío. Pero no me extrañaría que sí que estuviera saludando a otra persona y yo hiciera el ridículo, como de costumbre. 

Tranquila, Ashley, sólo sé tu misma.

Ja, como si siendo yo misma les fuera a caer bien. Si ni yo misma me soporto.

-Hola.- saludé, rezando para que mi cara no cambiara de color a rojo tomate, como ya era habitual.

-Al final viniste. - exclamó Austin. 

No, soy un holograma, si quieres.

Iba con una camisa, y a juzgar por su pelo mojado, se había dado una ducha. No es que me acercara a olerle, ¿vale? Pero cuando estuve a su lado me embriagó un profundo olor a colonia masculina. Olía de maravilla. 

-Sí. - contesté secamente.

-Chicos, ella es Ashley, vive al lado mío y se acaba de mudar. Ashley, estos son Mark, Peter, y Sarah.- me explicó, señalando a los chicos que tenía a su lado. 

Mark era más bajito, pelirrojo, y tenía cara del típico bonachón que no haría daño a una mosca. Peter era más alto que Austin incluso, con el pelo negro y ojos azules electrizantes. Estaba muy serio, y no pude evitar sentirme intimidada. Y Sarah era una chica tremendamente guapa, alta, esbelta, y rubia. 

Autoestima, ¿Dónde te metiste?

-¡Eres una chica!- exclamó Sarah, sorprendida. 

-La última vez que fui al baño seguía siéndolo, sí.- hice un intento de broma para calmar mis nervios que fue más patético que mi vida amorosa.

Austin se rascó la mandíbula, riéndose entre dientes. 

-¡Halleluja! Aquí había demasiada testosterona.- comentó, divertida.- Sólo por eso ya me caes bien, chica. Me sorprende que Austin haya accedido a presentarte al grupo. 

La sonreí. ¿Pero qué había querido decir con eso? ¿Es que habían pasado mil chicas más como yo por ahí? 

-¿De dónde eres, Ashley?- Mark se dirigió a mí, llevándose una cerveza a los labios. 

-Canadá.- respondí. 

- Vaya. En la otra punta. Pues vas a tardar en acostumbrarte al calor de aquí. Pero los veranos aquí son los mejores. Nosotros nos pasamos el día en la playa.

-Sí, si Austin no surfea sus 5 horas diarias se vuelve loco.- añadió Mark. Peter seguía callado. Qué misterioso.

Austin se pasó la mano por el pelo mientras se reía en bajo. Este hombre estaba enamorado de su sonrisa, o de sí mismo, ¿no? 

-¿Surfeas?- le pregunté, luego recordé que le había visto con una tabla horas antes en la playa. 

-Efectivamente. Hasta he ganado campeonatos. No es que sea el mejor, pero... un poco sí. - admitió mientras se llevaba una cerveza a la boca. 

-No es tan bueno, le derriban olas cada dos por tres. Pero le gusta chulear.

-Ya lo he notado.- remarqué, entornando los ojos. Él hizo lo mismo, al verme.

-¿Quieres algo de beber?- me preguntó Mark.

-No, gracias. Estoy bien.

-¡Eh! Ya han acabado el partido, vamos a echar uno, coger el balón. -propuso Sarah, señalando la red de voleibol.

-¿Ashley te apuntas? Te advierto que soy buenísimo también.- constató Austin. 

-¿Nunca te cansas de chulear? - pregunté irónicamente, aunque ya sabía la respuesta. Menudo chulo era. De repente me entraron ganas de hacerle perder. Él no sabía que juego al voleibol desde los diez años. Bueno, jugaba. 

-Nunca. Me mantiene joven, ¿sabías?- volvió a sonreírme, y de nuevo dejé de sentirme los músculos. ¿Por qué me pasaba eso? AGH. 

-Lo que tú digas.

Me levanté, me quité los zapatos y corrí hacia la red. Se iba a enterar. A la mierda. Iba a jugar un partido. No sé ni cómo, simplemente fue un impulso. 

Hicimos los equipos y empezamos a jugar. Temía que se me hubiera olvidado, pero parecía que seguía teniendo manos mágicas, como decía mi entrenadora, y mi padre. Perdí la noción del tiempo entre punto y punto. Íbamos  ganando al equipo de Austin por dos sets, y él ya se había dado cuenta de que yo tenía bastante más práctica que él en ese deporte. Por primera vez en mucho tiempo me sentí bien. Me divertí. Había olvidado cuanto me llenaba aquel deporte.

Cuando ya se veía demasiado poco para seguir jugando, unos chicos recogieron la pelota y nos dieron la enhorabuena por la victoria.

-Vaya, me has ganado. ¿Dónde has aprendido a jugar así?- me preguntó Austin.

-Jugaba en el equipo de mi ciudad. Muchos años de entrenamiento.

-Eres buenísima, ¿por qué dejaste de jugar?

Claro que tenías que preguntarlo. 

-Eso no es asunto tuyo. - le contesté secamente, y me arrepentí al instante, él no tenía la culpa, pero de repente recuerdos de mi padre enseñándome a jugar, él animándome en las gradas o llevándome a comprar helado después de una derrota, inundaron mi mente. Había hecho un gran avance aquella noche, jugando después de tanto tiempo, y me había sentado bien, pero notaba como si hubiera sido en vano.

-Perdón. Es solo que es algo muy personal.- me disculpé, incómoda. 

-Tranquila, lo entiendo. No tienes por qué dar explicaciones.

-Gracias. Me tengo que ir.

-¿Ya? No son ni las doce, Cenicienta.

-Adiós, Austin. - me despedí, y me alejé hacia mi casa.

 Había farolas encendidas y no tuve problemas para llegar. Mi madre estaba despierta, en el sofá, mientras tomaba una copa de vino. Me sonrió amablemente, y sentí la necesidad de darle un abrazo. No lo sabía por ese entonces, pero desde esa noche nada volvería a ser lo mismo.



INEFABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora