11.

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ASHLEY

El sol abrasador me daba de lleno en la cara cuando me desperté. Me froté los ojos, confusa. Seguro que se me había quemado la cara. Oía el sonido de las olas y de pájaros a lo lejos, pero aun estaba muy desubicada. Abrí los ojos y me llevó un segundo darme cuenta de donde estaba.

En la playa. Y era por la mañana.

Había dormido en la playa.

Había. Dormido. En. La. Playa.

Mieeeeeeerda, mierda, y más mierda.

No grité, pero entré un poco en pánico. Eché la vista hacia mi derecha. Austin yacía dormido como un bebé, ocupando la mayoría de la manta, con el pelo enmarañado, los labios entreabiertos, y nuestras piernas entrelazadas. Él iba sin camiseta.

Oh, no.

¿Habíamos...?

Instintivamente, me observé para comprobar que seguía completamente vestida, cosa que así era. Suspiré aliviada.

De pronto, recordé todo lo de la noche anterior. La fiesta, nuestra escapada, el picnic viendo las estrellas, la charla profunda, y lo más importante: Austin me había besado.

Y yo se lo había devuelto.

Después, tenía vagos recuerdos de quedarnos dormidos, con la idea de despertarnos antes e ir a casa.

Pero noooo, has pasado toda la maldita noche aquí.

No sabía qué hacer. Pensé en despertarle, pero eso solo liaría más las cosas. No podía hablar con él ahora. No quería. Lo de la noche anterior no debería haber pasado y ya era todo demasiado confuso.

Y entonces caí.

Mi madre. No le había mandado ningún mensaje diciéndole donde estaba.

Ve cavando tu tumba, Ashley.

Busqué mi móvil por todos lados, y lo acabé encontrando en la otra punta de la manta, casi en la arena. Me incorporé y lo encendí, aunque estaba con un dos por ciento de batería. Eran las siete y cuarto de la mañana. Diez llamadas perdidas de mi madre. Cinco de Sarah. La había liado buena.

No iba a perder más el tiempo, me levanté, y me encaminé hacia mi casa, la cual quedaba un poco lejos de esa playa, descalza y hecha un desastre. Tenía ganas de llorar. ¿Qué iba a decirle? Ni idea.

Llegué a mi casa, y la puerta ya estaba abierta. Mi madre estaba dormida en el sofá, pero en cuanto me oyó llegar se despertó de golpe.

-¡ASHLEY ELIZABETH COOPER!- chilló.

-Hola, mamá.- no pude articular más palabras.

-¿Tienes idea de lo preocupada que estaba? ¡Ni un mensaje! ¡Ni uno! ¡Creía que te habían raptado si no fuera porque Austin tampoco aparecía y un camarero nos dijo que os vio salir hacia la playa! ¡Si vas a fugarte y a pasar la noche con un chico lo mínimo que puedes hacer es avisarme! Que yo también he tenido tu edad, pero hija, menudo susto me has dado. - pasó de casi explotar a que se le saltaran algunas lágrimas y abrazarme.

-Perdona. De verdad, no sabes lo mal que me siento ahora mismo. Es que ese...chico...Austin, me convenció para irnos de la fiesta, y sólo era un picnic, pero...nos quedamos dormidos. Te juro que no pasó nada más mamá. Quería avisarte, lo prometo, pero se me olvidó.- confesé, y me señaló para que me sentara en el sofá.

-Cielo.- se acomodó a mi lado.-  No sé si tu padre era más o menos permisivo en estos temas. Yo te voy a decir mi opinión y cómo se va a hacer todo a partir de ahora. Vas a cumplir dieciocho años, ya no eres una niña, y estamos en un pueblo pequeño y de vacaciones. Me parece perfecto y me alegro muchísimo de que vuelvas a salir y a disfrutar, ya lo sabes. ¡Y con chicos también! No voy a ser de esas madres carcas que objetan o ponen pegas continuamente sobre con quien sale su hija. Aunque es verdad que el tal Ed no era muy agraciado, confío en tu buen gusto para los hombres y que tomas precauciones y...

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