3. Un poco de persuasión

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-Georgia-

Me arrojé sobre mi cama, y hundí la cara contra la almohada para ahogar los deseos de gritar. Hacía un momento me sentía tan feliz porque papá había vuelto, y ahora estaba llena de cólera, frustración y miedo. ¡Papá siempre había dicho que nos quería! Pero entonces, ¿por qué me hacía aquello?

No estaba dispuesta a ir a aquel Fawcett no sé cuántos. Y no porque fuera público, eso me importaba tres pepinos. Pero era un sitio nuevo, con gente nueva, y eso implicaba un montón de aterradoras posibilidades.

Mamá tampoco había parecido muy feliz con el cambio. Tal vez, si yo le rogaba, podría convencerla de que nos mandasen otra vez al internado de siempre. El internado nunca me había gustado, pero al menos le tenía tomada la medida, y conocía a la gente que podía medio tolerar (poca), y aquella de la que prefería mantenerme alejada (la mayoría). Más vale lo malo conocido, se dice.

Pero no resultaría. Primero, porque cuando a papá se le metía algo en la cabeza, ni siquiera mamá podía hacerle cambiar de opinión. Y segundo, porque sabía que Belle sí querría ir a ese sitio. El internado era muy estricto, en los centros públicos dan más libertad, y eso era lo que ella ansiaba.

Claro, para ella era fácil. A ella no le costaba nada socializar, y hacía amigos con una rapidez pasmosa. Era guapa, dulce y simpática: todo lo que yo no era. Era normal que viese en aquello una oportunidad emocionante, mientras que para mí era una condena.

¡Maldita sea!, pensé, pugnando con todas mis fuerzas por no llorar de rabia.

Oí unos golpecitos en la puerta, y después esta se abrió. Aunque no despegué la cara de la almohada, pude oír los pasos que se acercaban a mi cama, y por el pesado sonido supe que no se trataba de mi madre ni tampoco de mi hermana.

 Aunque no despegué la cara de la almohada, pude oír los pasos que se acercaban a mi cama, y por el pesado sonido supe que no se trataba de mi madre ni tampoco de mi hermana

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—-Georgia -—dijo papá—-. Deberíamos hablar.

—-¡No quiero hablar contigo! ¡Vete!

—-Pensé que estabas contenta de que hubiera vuelto.

—-¡Márchate! —-repetí, mi voz sonando gangosa y apagada contra la almohada-—. ¡No quiero verte! ¡Has venido para qué, ¿para volver a arruinarnos la vida?! ¡Para eso, te hubieras quedado en la cárcel!

Papá se sentó con cuidado en mi cama, y con una extraña ternura (insólita en él), alargó la mano para acariciarme la cabeza. O para intentarlo, porque enseguida me la sacudí con rabia.

-—Mi pequeña genio...

-—¡No me llames más así! ¡Ya no tengo diez años!

-—Lo sé. Eres una mujercita, tu hermana y tú lo sois. Por eso quería hablar contigo. Confío en que tengas la madurez suficiente para entender lo que te voy a decir.

Love and war (Shazam!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora