29. Sol y piña colada junto al mar

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-Georgia-

En mi cuarto de baño, comencé a desnudarme mientras la bañera se llenaba con agua casi ardiendo, como a mí me gustaba. Pronto la estancia se vio inundada de vapor de agua que empañó el espejo y los azulejos de color crema de las paredes.

Tras quitarme las botas, puse en altavoz y en modo aleatorio el reproductor de música de mi móvil para poder relajarme mientras me bañaba, algo que necesitaba después de la tensión y los malos ratos vividos durante aquel día infernal. La música rock (que era la que yo encontraba relajante) se mezcló con el sonido del agua cayendo del grifo sobre la porcelana de la bañera; y yo continué desnudándome: el chaleco, el jersey, los jeans.

Cuando no llevaba más que la ropa interior, arrinconé todas las prendas que me había quitado hacia un lado con el pie, y vi un cordón de lana saliéndose de un abultado bolsillo del chaleco. Me incliné y extraje una arrugada bola de punto de lana de colores, que no recordaba que había metido allí.

El gorro de Freddy.

Cerré el grifo y me senté en un taburete junto a la bañera, con la mirada perdida. Sujeté el gorro entre mis manos, estrujándolo y palpándolo como si nunca hubiera conocido antes el tacto de la lana.

No quería pensar en Freddy. No quería pensar en lo que había ocurrido en la torre, ni antes de que papá llegase, ni después; ni mucho menos en mi absurdo y estúpido impulso de besarle en la mejilla antes de que Belle y yo nos marchásemos.

No quería, pero no podía evitarlo.

¿Por qué se había interpuesto entre papá y yo, enfrentándose a él? Papá jamás me habría hecho daño, aunque eso Freddy no podía saberlo. Papá tenía una fama horrible por culpa, entre otras cosas, de las calumnias de los periódicos, por lo que no me sorprendía que Freddy se hubiese asustado tanto al verle.

Lo que me sorprendió fue su afán de protegerme. El defenderme del supuesto peligro que representaba mi padre, su empeño en ponerme su abrigo aunque eso le dejara al descubierto del viento helado en la torre, y el exponerse a que los Breyer le hicieran puré semanas antes con tal de apartarlos de mí.

Obviamente yo no necesitaba nada de eso, pero aun así esos gestos eran extraños... y conmovedores. Aparte de Belle y de mi padre, y un poco también de mamá (aunque en menor medida), nunca nadie había dado la cara por mí. Para el mundo, yo era la chica prodigio pero problemática, la hermana fea y gruñona de la dulce Cenicienta que era Belle. Reconozco que al principio me dolía que me vieran así, pero pronto acabé rindiéndome y comportándome de acuerdo al estereotipo. ¿Qué más daba? Exceptuando a Belle, quizá, a nadie le importaba lo que yo sintiera.

Pero Freddy... recordé su cálida mirada de comprensión cuando le hablé del divorcio de mis padres, aquel día en su casa; y cómo trató de hacerme sentir mejor cuando bajé de la torre totalmente histérica tras lo que pasó con mi hermana.

No debía de ser por mí, no tenía motivos para defenderme o tratarme bien por lo mucho que nos detestábamos mutuamente; por lo que deduje que debía de portarse así con toda la gente. El discapacitado que iba por el mundo ayudando a los demás en plan héroe porque eso le hacía sentirse mejor, más valioso. Menos... invisible.

Menos segundón.

Aquella era la pregunta que me había deseado hacerle a mi padre un rato antes en el sótano, sin atreverme a formularla. ¿Por qué había insultado a Freddy llamándole "segundón"? A él no había parecido afectarle, de hecho recordaba que se lo había tomado un poco a broma, pero a mí sí me había afectado. En realidad, me había dolido mucho.

Love and war (Shazam!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora