18. Tawky Tawny

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-Belle-

—¿Al zoo? —repetí, asombrada.

—Olvídalo, es una estupidez. —Billy sacudió la cabeza con gesto malhumorado.

—¡No, no, está bien! El zoo es tan buen lugar como cualquiera. —Me apresuré a buscar la dirección del zoo en el navegador.

El zoológico de Filadelfia, cerca de Fairmount Park, era uno de los más antiguos de Estados Unidos, y atraía multitud de visitantes todo el año. Y en aquel momento en que nos encontrábamos, con el "Veranillo de San Martín" (o "Indian Summer", como se le suele llamar en Estados Unidos), la temperatura era muy agradable pese a ser otoño, por lo que estaba aún más concurrido. Por suerte, era ya tarde y estaba próximo el cierre, por lo que pudimos entrar casi sin hacer cola. Quise invitar a Billy, o por lo menos pagar mi entrada, pero él no me dejó.

Observé con nostalgia las numerosas familias que paseaban por el lugar, se trataba de un espacio predominantemente familiar. Georgia y yo habíamos ido una vez, de pequeñas, en una excursión del colegio al que asistíamos entonces, antes de ir al internado. Nuestros padres nunca nos llevaron. A mamá no le gustaban los sitios tan llenos de gente ni el olor de los animales; y en cuanto a papá, bueno... él siempre estaba ocupado con su trabajo.

Era un lugar enorme y hermoso, los animales lucían muy bien cuidados. La exposición era bastante variada: había jirafas, hipopótamos, pingüinos y osos polares, entre otras muchas especies. También había redes aéreas por las cuales algunos animales podían transitar por encima de los visitantes, y atracciones tipo carruseles y tirolinas.

Aun así, Billy no parecía interesado en las atracciones, y de hecho tampoco en la mayor parte de los animales. No se detenía en ninguna de las exhibiciones, apenas miraba las que encontrábamos en nuestro camino con desinterés. Avanzaba con rapidez, como si buscase algo en concreto.

—¿Vamos a algún sitio? —pregunté.

—Ajá... —asintió distraídamente, mientras seguía caminando y observando a su alrededor.

Supuse que tal vez estaría buscando una cafetería para tomar algún tentempié antes de continuar el paseo. Me apresuré para seguirle el ritmo: iba a paso rápido y la zona que atravesábamos estaba bastante concurrida, entre familias, grupos de turistas y parejitas. Si me despistaba, me vería separada de él y acabaríamos perdiéndon...

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por un sonido que captaron mis oídos. Estaba algo apagado por el resto de ruidos del parque pero aun así destacaba entre ellos por discordante, ajeno a todo aquel animado bullicio: sollozos. Un llanto infantil.

Miré a mi alrededor buscando el origen de aquel llanto, y alcancé a ver, a pocos metros de nosotros, a un niño pequeño llorando junto a uno de los bancos que había a ambos lados del paseo. No se veía a nadie a su alrededor, estaba solo.

—¡Billy! —llamé su atención, y le señalé al pequeño. Era un niño de unos cinco o seis años, rubio y con ojos pardos, con una camiseta a rayas y las mejillas llenas de manchurrones causados por las lágrimas. Me acerqué a él y me agaché para ponerme a su altura—. Hola. ¿Estás bien? ¿Dónde están tus padres?

El chiquillo, al oírlos mencionar, redobló sus sollozos:

—¡No lo sé... los he perdido! Quería ver a los monos, y...

—Tranquilo, vamos a encontrarles, ¿vale? —traté de consolarle—. ¿Cómo te llamas?

—Alex. —Se pasó el dorso de la mano por la nariz, sorbiéndose los mocos.

Love and war (Shazam!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora