38. Atardecer sobre el cielo de Filadelfia

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-Georgia-

Si existía el infierno, debía de parecérsele mucho a donde me encontraba ahora.

Encerrada en aquel aula, pequeña y claustrofóbica, al cuidado de un profesor mal pagado y tan aburrido como yo y en compañía de una de las personas que más detestaba en la Tierra.

Freddy y yo no éramos los únicos alumnos cumpliendo castigo: había cuatro o cinco chicos más, casi todos de cursos superiores, que estaban pagando pequeñas infracciones como ser insolentes con sus maestros, ser atrapados fumando o saltarse alguna clase. Pero no les conocía, ni me interesaban. Sus rostros aparecían desdibujados para mí; la única presencia que podía notar, que me escocía como alcohol en una herida abierta, era la suya.

Al igual que durante la comida, nos habíamos sentado en extremos opuestos de la clase, tratando de mantenernos lo más alejados posible. Al entrar en el aula, yo había sido más rápida y había elegido el asiento de mi preferencia, en la primera fila junto a la ventana; por lo que él había tenido que conformarse con el de la esquina opuesta, en la última fila.

Lo bueno es que yo tenía la ventana para mirar a través de ella, como me gustaba; lo malo, que le daba la espalda y no podía ver lo que él estaba haciendo, como no me girase de forma demasiado obvia. ¿Me estaría observando? ¿Estaría pensando en lo mucho que me detestaba, como hacía yo con él? Trataba de olvidarme de su existencia y pensar en cualquier otra cosa, la que fuese, pero me era imposible.

Hacía poco más de veinticuatro horas que los dos habíamos estado sentados en aquel banco riéndonos... y él me había tomado de la mano y eso me había hecho sentir tan feliz... Ah, estúpida. Qué estúpida había sido.

"Papá se avergonzaría de mí si supiera cómo dejo que me afecte un chico cualquiera".

Aunque a Freddy Freeman no se le podía considerar un "chico cualquiera"...

Y volvía a enfurecerme conmigo misma porque seguía siendo incapaz de evitar esos pensamientos invasivos sobre alguien a quien odiaba a muerte.

Me había llevado tarea de la escuela para aprovechar el tiempo, pero no era capaz de concentrarme en nada. Los segundos transcurrían con lentitud exasperante, así que me puse a mirar por la ventana y traté de evadirme con mis fantasías de venganza. Me imaginé a Ira (mi favorito de entre los demonios que había convocado papá) haciendo pagar a los Breyer por lo que nos habían hecho el día anterior.

Contemplando la parte semiajardinada que se veía por la ventana, visualicé la escena en mi imaginación, con tanta nitidez como si estuviera ocurriendo en la realidad: el enorme y aterrador monstruo tenía a los dos hermanos agarrados por sus piernas, uno con cada brazo, y estos colgaban boca abajo como sacos de patatas. Lloraban y suplicaban piedad, pero Ira desconocía ese concepto. Los hizo chocar entre sí varias veces con una violencia sin igual y los mandó a volar como si fueran fardos sin valor, pues en el fondo no eran otra cosa.

Sonreí complacida. Una escena muy satisfactoria, lástima que solo tuviera lugar en mi imaginación. Y eso que apenas había saltado la sangre, había sido una imagen bastante light, comparada con lo que se me podría haber ocurrido. A veces podía llegar a imaginarme cosas tan violentas que hasta me daba miedo a mí misma.

El siguiente en mi lista de odiados... era el "Tarado" en persona, el gilipollas que me había hecho sentir en el cielo para, al minuto siguiente, empujarme de cabeza al infierno en el que me encontraba. Visualicé a Ira sosteniéndolo, dispuesto a hacerle lo mismo que a los otros, pero por alguna razón esa imagen, en lugar de divertirme, me revolvió el estómago, y sacudí la cabeza enérgicamente para disiparla.

Love and war (Shazam!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora