4. El chico de la cazadora roja

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-Belle-

Papá consiguió convencer a Georgia de forma milagrosa, como solo él era capaz con mi hermana. Y también, a través de su abogado, aceleró los trámites de nuestra matrícula para que perdiéramos el mínimo de clases posibles, dijo; de forma que menos de una semana después de su regreso, fue nuestro primer día en el Fawcett Central.

La forma de desplazarnos también fue objeto de discusión, que, en este caso, empecé yo. Al ser un instituto público, muchos de los alumnos mayores iban con sus coches. Otros iban en el autobús escolar (algo a lo que nuestra madre se negó terminantemente), y en muchos casos eran los propios padres los que acercaban a sus hijos al colegio. Dudaba que hubiera muchos alumnos que fuesen llevados en un Rolls Royce conducido por un chófer privado.

En el internado era otra historia, pero allí... no quería destacar de esa manera. Me daba vergüenza.

Papá resolvió el problema, como siempre. Tres días antes de nuestro inicio de clases, se presentó en la puerta de casa con un precioso Mercedes plateado. "Sólido y seguro", dijo.

¡Las niñas no han conducido en su vida! exclamó mamá. ¿Cómo vas a dejarlas que vayan solas por esos barrios?

Estoy seguro de que se las arreglarán repuso papá, guiñándome el ojo con una sonrisa. Eso sí, recordad que es de las dos, ¿eh? Para que podáis ir adonde queráis. Consideradlo un regalo de decimosexto cumpleaños atrasado.

Acepté entusiasmada. El coche sería de las dos, pero sería yo quien lo conduciría, porque solo yo tenía carné. Tras cumplir los dieciséis, había asediado a Isaiah, el chófer de mamá, suplicándole que me enseñase a conducir, hasta que por fin accedió. A Georgia nunca le había interesado aprender a conducir, se encontraba más cómoda yendo de paquete; pero a mí me parecía una maravilla poder moverme de un lado a otro sin depender de nadie.

Estaba un poco intranquila sobre cómo podría orientarme para llegar a aquel instituto, teniendo que pasar por barrios en los que jamás había estado; pero por suerte, el coche tenía un fantástico navegador que me haría todo el trabajo. Lo programé la noche antes con ayuda de papá. Georgia podría haberme ayudado también, la tecnología era lo suyo; pero estaba ocupada, a saber qué andaría haciendo. Tal vez seguía sin estar del todo conforme con todo aquello y desentenderse de cualquier preparativo era su forma de protestar.

Y por fin llegó el día. De pura emoción, apenas había podido dormir la noche anterior. Al mirarme al espejo aquella mañana, me vi algo de ojeras, pero nada que no pudiese solucionar un poco de corrector: aparte de aquello, me sentía fresca y despierta. Georgia tampoco parecía haber dormido mucho, pero al contrario que yo, su cara lucía abotargada y tenía los ojos hinchados por el sueño. Seguramente era debido a su actitud: yo estaba de lo más ilusionada, como un niño la mañana de Navidad; pero mi hermana parecía que marchaba hacia su ejecución.

¿Quieres que te ayude a escoger qué ponerte? le ofrecí, con mi mejor voluntad. Yo ya tenía seleccionada mi ropa desde dos días antes: una blusa formal blanca, una cazadora de cuero beige y unos jeans azules que me dieran buen aspecto, pero con los que tampoco se me notase demasiado arreglada.

Meh medio gruñó ella, apurando su café en pijama. Fue lo único que quiso tomar. A quién le importa. No pienso ponerme nada especial. No era una respuesta que me sorprendiese. Desde siempre, a Georgia le importaba poco o nada su imagen personal, para desesperación de mamá.

Love and war (Shazam!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora