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Unos golpes en la puerta me sobresaltaron. Estaba sola, me extrañaba que ni María ni Laura estuvieran por allí, supuse que se habrían ido a tomar algo a la cafetería del hospital aprovechando que yo me había quedado dormida. Volvieron a tocar, por lo que me incorporé un poco y dejé que pasaran por si era la enfermera o mis padres después de que mi hermana seguramente los hubiese avisado.

Sin embargo, la persona que entró no era para nada quien yo me esperaba. Su melena rizada era inconfundible y en su cara se dibujaba una mezcla entre enfado y preocupación que no sabría cómo definir

- ¿Por qué no me lo dijiste? – preguntó según se acercaba a mí - ¿por qué no me contaste todo lo que te pasaba?

No fui capaz de responder, ni siquiera de mirarla. Agaché mi cabeza y sentí cómo mi cuerpo empezaba a temblar.

- Joder, Luisita, que estás enferma – elevó el tono justo en el momento en el que se colocaba al lado de mi cama - ¿tan poco confías en mí después de todo? Con razón lo de tu mala cara, el día que estabas que no podías ni moverte de la cama y cuando no podías quedar con tus malas excusas

- Todo tiene una explicación – conseguí susurrar

- ¿Ah, ¿sí? ¿Ahora vas a darme una explicación? ¿Qué explicación tiene todo esto? – me interrogó. Su mirada encima de mí me penetraba de tal manera que me era casi imposible pronunciar palabra – Mira, yo había venido aquí esperando respuesta y, no sé, necesito pensar. Creía que confiabas un poquito más en mí

Y según había entrado en aquella habitación, se volvió a marchar. Mi respiración comenzó a acelerarse al ver la puerta cerrarse de nuevo y me empecé a remover entre las sábanas con ganas de quitarme la vía, la medicación y correr detrás de ella

- Luisi, ¡Luisita! – la voz de María, atrapando mi cuerpo a su manera hizo que me despertara de golpe – Estabas soñando, ya ha pasado, tranquila – acarició mi brazo con cariño y me ofreció un poco de agua

- ¿No ha venido nadie? – pregunté sintiéndome algo más recuperada

- ¿Por?  Vino la enfermera a tomarte la temperatura y Lourdes, pero dijo que volvería más tarde, cuando estuvieras despierta y nadie más, yo no me he movido de aquí en toda la noche ¿Qué te ocurre, sis? – María colocó su mano en mi frente – No pareces tener fiebre ya

- Nada, fue solo una pesadilla – me volví a recostar en la cama y miré el móvil que tenía justo al lado para ver si tenía mensajes de Amelia

- Es muy pronto, deja a la chica que duerma

- ¿Cómo sabes...?

- Porque solo hay que verte la carita – acarició mi rostro y se levantó del sillón en el que estaba

Unos golpes resonaron en la puerta y mi cuerpo se tensó al instante.

- No, no abras – le dije enseguida a mi hermana

- ¿Pero? Luisi, que será Laura o Lourdes que vienen a verte

- ¿Y si no son? María no abras, por favor

- Ay, de verdad, estás de un raro desde que te has despertado. No abro, tranquila

Sin embargo, la voz de mi amiga Lourdes sonó al otro lado de la puerta y mi hermana finalmente se acercó a abrirle la puerta

- ¿A ti qué te pasa? ¿No quieres verme o qué? – entró – Ni que fuera yo un ogro ahora

- Pensaba que eras otra persona

Un susurro en la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora