Epílogo II

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La guardia estaba siendo realmente dura. Apenas había conseguido dormir un par de horas gracias al relevo que me hizo una compañera viendo que ya no podía con ni con mi alma, pero con la llegada de varias urgencias, tuve que levantarme y empezar a recibir pacientes.

No sabía si era por la llegada del frío a las puertas de aquel puente de diciembre o por algún tipo de virus que hubiese ido rondando de colegio en colegio, pero no dejaban de llegar niños con el mismo cuadro clínico y unos padres aún más nerviosos que los propios pequeños. Tuvimos que dejar ingresados a algunos de ellos y mandar a casa con medicación a los que menos afectados estaban. A todo ello, se sumaban las emergencias que llegaban con prioridad, haciéndonos dejar todo lo que hubiésemos estado atendiendo hasta el momento.

— ¿Cómo vas, Luisi?, ¿Tienes tiempo para un café? — me preguntó Marina, asomándose a la zona de pediatría.

— Si me das dos minutos, soy toda tuya.

— Perfecto, voy cogiendo mesa.

— Gracias. — le sonreí y me metí en consulta para atender al paciente que allí me estaba esperando.

Le observé bien, comprobando que se trataba tan solo de un resfriado que le había echo elevar un poco la fiebre, le receté un antipirético y salí de allí viendo que tenía un mensaje de Amelia en el que aparecían nuestras niñas durmiendo en el hueco de mi cama. Sonreí, sabiendo que era algo que la morena les dejaba hacer con la excusa de que así no me echaba tanto de menos por la noche. Le mandé unos cuantos corazones y fui hacia la cafetería donde ya me estaba esperando mi amiga con mi taza de café enfrente de ella.

Me senté, masajeando un poco mi frente con los dedos al sentir el dolor de cabeza fruto del cansancio de aquellas casi 24 horas y agradecí el calor que emanaba la taza justo antes de darle el primer sorbo.

— ¿Habéis tenido mucho jaleo?

— Demasiado, cada vez había más niños en la sala de espera, yo no sé qué ha podido pasar hoy. Si se supone que cuando llega el puente están todos buenos para poder irse de vacaciones.

— Eso dicen, pero ya has podido comprobar que no.

— ¿Sabes algo de Clara? — le pregunté — quería pasarme por su habitación antes de irme a casa para comprobar cómo había pasado la noche, ya sabes que la primera quimio es la peor y como ayer no pude estar en consultas.

— Ni idea, pero sé que Lourdes estaba hoy de noche por allí.

— Pues iré a hablar con ella a ver.

— Lo estás haciendo muy bien, Luisita. Sé que después de todo lo que pasaste te preocupan aún más este tipo de pacientes, pero lo estás gestionando muy bien y desde la fundación hacéis un trabajo enorme también.

— Gracias — susurré sin estar convencida del todo.

— Bueno y ¿qué tal las peques?, ¿nerviosas por el viaje?

— No sé si están más nerviosas ellas o yo — me reí — Amelia dice que va a ser como tener tres niñas allí, pero es que siempre fue como uno de mis sueños.

— Seguro que os lo pasáis muy bien, ¿salís hoy, no?

— Sí, a la tarde, que necesito descansar un poco, siempre que las peques me dejen.

Terminé el café y me fui a cubrir la última hora que me quedaba. Subí a la planta de pediatría a ver a Clara y a algún otro pequeño paciente que había por allí y regresé a la recepción para firmar antes de cambiarme en los vestuarios y llegar a casa.

Un susurro en la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora