El despertador sonó a las 6:02 de la mañana, di media vuelta, quejándome un poco, lo apagué y volví a cerrar los ojos hasta que cinco minutos después volvía a sonar y me obligaba a levantarme sí o sí para poder llegar antes de que se escuchara en el instituto la canción que tenían preparada para darnos los buenos días.
Llené una taza de café, cogí algo de fruta para llenar mi estómago y revisé que llevaba en mi bolso todo lo necesario y no se me olvidaban, otra vez, las llaves del departamento que me acababan de dar hacia unos días. Abrí las contraventanas del salón, que actuaban como persianas, para que entrara algo de luz y la volví a ver ahí, tan guapa con su pijama corto de Mafalda, su cara de sueño y ese moño despeinado que no le podía quedar mejor.
Apenas la había visto un par de veces desde que llegué, el ajetreo de mi nueva vida no me había permitido relajarme demasiado en casa, pero sí que llevaba dos mañanas encontrándomela recién despertada y me era imposible no fijarme en ella.
Miré la hora en el reloj y maldecí por haberme quedado embobada tanto tiempo y ahora tener que correr para llegar a Tribunal lo antes posible.
Aceleré mis pasos, asombrándome de lo madrugadora que era la gente en aquella ciudad y entré en la estación mientras me colocaba los cascos y empezaba a sonar Merichane de Zahara.
El viaje era bastante largo, casi tardaba el mismo tiempo en llegar al instituto desde mi nuevo hogar, que de Zaragoza a Madrid en tren, pero cuando me mandaron aquel mensaje avisándome de que había obtenido una sustitución en un instituto en la capital no me lo pensé dos veces, hice una maleta y me fui, aunque tampoco es que me hubiesen dado demasiado tiempo ni para asimilar la noticia.
Hice el cambio de tren a la media hora y conseguí sentarme al lado de una de las puertas, mientras iba repasando en mi cabeza los escritores del Romanticismo que me tocaba explicar aquella mañana a los chicos de 4.° de la ESO.
Subí las escaleras, sintiendo cómo la temperatura iba cambiando al salir a la calle y me abroché la chaqueta, mientras recorría los escasos metros que me quedaban hasta llegar al instituto. Saludé a las caras conocidas que me iba encontrando antes de llegar a la sala de profesores, mirar mi casillero por si tenía alguna notificación e irme al aula donde tenía mi primera clase aquella mañana.
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- ¿Ya te vas? - me preguntó Anna, mi compañera, viendo cómo salía del departamento cargando con todo
- Sí, ya he terminado por hoy, solo tengo ganas de llegar a casa, coger la guitarra y pasarme toda la tarde intentando componer
- A ver si te la traes algún día y nos tocas algo
- Ya veremos - respondí riendo antes de seguir mi caminoEl camino de vuelta se me hizo algo menos pesado, en el fondo empezaba ya a acostumbrarme a ello y, en cuanto llegue al piso, me descalcé, me recogí el pelo y me preparé algo rápido para comer mientras veía un programa de Estirando el Chicle para que me hiciera compañía aquellos minutos.
Terminé, revisé mi correo y la agenda, haciendo rápidamente todo lo que necesitaba para el día siguiente y cogí la guitarra que tenía al lado de la cama para irme al escritorio y empezar a tocar los primeros acordes que había creado el día anterior a ver si así conseguía crear una melodia completa.
Cuando me quise dar cuenta y dejar mi concentración a un lado, vi que alguien me observaba desde el otro lado de la calle. Intenté hacer contacto con ella, pero apartó su mirada rápidamente centrándola en el lienzo que tenía justo enfrente de ella. Sonreí para mis adentros, sumándome un punto a aquel juego absurdo que yo misma me había montado en mi cabeza y me puse a escribir palabras aleatorias en el folio.
De repente, un ruido procedente de la calle, junto con un grito de alguien me sobresaltó. Me asomé a la ventana y vi cómo llegaba de la chica misteriosa. Le dediqué una pequeña mueca, viendo cómo su teléfono estaba hecho pedacito en mitad de la calle. Se giró, supongo que para salir a recogerlo y yo no me lo pensé dos veces y bajé también a la calle para ayudarla y así ver si conseguía sacar algo más de información sobre ella.
Abrí la puerta de la entrada y allí la vi con su pelo rubio sujeto en una coleta que dejaba algún que otro mechón suelto, mientras susurraba alguna que otra palabra malsonante y se decía de todo a ella misma, culpándose de lo que había ocurrido.
- ¿Todo bien? - le pregunté consiguiendo que girara su cabeza para mirarme
- ¿Estabas espiándome o algo? - soltó en un tono bastante borde
- Bueno, eso también te lo podría decir yo a ti después de ver cómo me mirabas por el balcón - respondí
- Mira, lo siento, de verdad, pero estoy teniendo un día horroroso, como todos últimamente - susurró lo último haciendo que caso no pudiera ni escucharlo - y esto era ya lo que me faltaba. Pero sí, todo bien, gracias - recogió lo que faltaba y desapareció rápidamente.
Yo me quedé allí, sorprendida con lo que acababa de ocurrir, regresé a casa, cogí mis cosas y me fui a respirar a ver si así encontraba la inspiración y asimilaba aquello.
*********
Cuando volví a casa, la persiana de su balcón ya estaba bajada, por lo que supuse que ya no tenía opción de verla más aquel día.
Me quedé un rato pensativa, mirando ya la oscuridad de la noche, alumbrada tan solo por la luz de la luna, sabiendo que algo le pasaba a aquella chica para tener ese comportamiento y que en el fondo me moría de ganas por descubrirlo.
Cogí un post-it que tenía en el cajón y decidí apuntar mi correo y mi dirección por si necesitaba usar un móvil en algún momento, si no se había comprado uno ya, o simplemente le apetecía tomar un café y hablarme de cualquier cosa sin usar un tono borde.
Lo dejé en el buzón que había calculado que podría ser el suyo, teniendo en cuenta la disposición de los pisos, y recé, sin ser creyente, para que no me hubiera equivocado y el papel terminara en manos de alguien no deseado.

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Un susurro en la tormenta
Fiksi PenggemarUn balcón enfrente del otro, un intercambio de miradas y la vida que lo cambia todo de golpe