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La estación de Atocha estaba llena de gente. Se notaba el inicio de las vacaciones y la cantidad de gente que aprovechaba este momento para hacer una pequeña escapada. Amelia se aferraba a mi mano fuertemente, como con miedo a perderme entre aquel barullo, mientras buscaba las llegadas del Ave procedente de Zaragoza, a pesar de que todavía quedaba más de media hora para que llegara.

- Amor – la llamé intentando frenarla un poco – Amelia – dije esta vez tirando de su mano para que parara y me mirase - ¿por qué no nos quedamos aquí, tomándonos un café tranquilitas?

- Porque no quiero que aparezcan y no vean a nadie

- Ya, pero es que casi acaban de subirse al tren. Te prometo que tardamos diez minutos, pero si quieres que esté bien para recibir a tu madre y a tu hermano, necesito tomarme un café y volver a ser persona – comenté, acercándome a ella y ronroneando un poco en su cuello – por favor – la miré con cara de pena, antes de dejar un beso en aquella zona tan sensible y ella se mordió el labio

- ¿Me estoy pasando un poco? – preguntó

- No, si yo te entiendo, pero no hacemos nada ahí apoyadas tanto tiempo

- Está bien, ¿con leche y un azucarillo?

- Por favor – me senté en la silla que tenía justo a mi lado y vi como la morena se acercaba a la barra para pedir el par de cafés

Aproveché el momento para coger el móvil y responder a los mensajes que tenía tanto de mi madre como de mi hermana María y sonreí viendo la foto de perfil que nos habíamos sacado hacía muy poquito y en la que yo estaba medio escondida en el cuerpo de Amelia que me protegía con sus brazos.

- Aquí tienes – dejó mi taza y enseguida vino también con la suya

- Gracias – eché el azúcar, cogí la cucharilla y lo removí antes de dar un primer sorbo – de verdad que no entiendo cómo puedo depender tanto de esto

- Es que hoy al final no hemos parado y tienes que estar cansadita – alargó su mano para acariciar mi mejilla y yo dejé un beso el dorso agradecida – luego si quieres nos echamos un ratito la siesta, que seguro que mi madre y Alex también están cansados

- No sé – respondí dudosa – tampoco quiero molestaros y seguro que quieren aprovechar los pocos días que vais a estar juntos. Yo creo que lo mejor es que me vaya a casa a descansar y luego a la noche quedo con vosotros a cenar

- ¿Te estás rajando?

- ¿Cómo?

- Que te estás rajando. Luisita, que mi madre no te conoce, pero ya te adora. Y la conozco, lo primero que va a pedir es tumbarse un rato en la cama y luego ya dar un paseo por Madrid. Y mi hermano vendrá con ganas de salir de fiesta, porque está en esa edad en la que solo quiero conocer discotecas y llegar a las ocho de la mañana, pero va a tener que aguantarse

- Se puede juntar con Manolín. Podría haberle dicho que viniera seguro que hacían buenas migas – dije riéndome - ¿estás segura de que no molesto? No quiero ser ninguna carga estos días

- Estoy muy segura – acarició mi mano y terminó de beberse su café – y si en algún momento estás incómoda, necesitas tu espacio o volver a casa, dímelo. Y si es necesario, ellos se quedan en casa y tú y yo nos vamos a la tuya a tener nuestra intimidad

- Gracias

- Anda, dame un beso antes de que te dé vergüenza hacerlo delante de mi madre

- Bueno, a lo mejor es a ti a la que le da – arrugué el rostro y fue ella la que se acercó a robármelo

Un susurro en la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora