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Los días seguían pasando y yo cada vez me encontraba mejor. Había continuado con mis sesiones de fisioterapia para fortalecer mis músculos y poder moverme como antes e incluso había regresado a las clases de pintura una vez a la semana, sintiendo cómo Dolores y Gabriela me habían echado de menos, aunque no sé si tanto como yo a ellas.

Amelia dormía casi todas las noches en mi cama, a veces parecía que estaba pagando el alquiler de su piso a lo tonto, pero entendía que no quisiera abandonar aquella casa todavía por miedo a precipitarnos. En el instituto le iba muy bien, la pena era que al año siguiente tendría que cambiar seguramente después del cariño que tanto los alumnos como ella se habían cogido.

Abril entraba ya en aquel nuevo año y con ello la llegada de la Semana Santa. Amelia y yo habíamos decidido, con permiso de mi hematóloga, hacer un pequeño viaje a la playa, tan solo tres días, puesto que antes vendría su madre y su hermano a pasar los primeros días de vacaciones en Madrid. No iba a negar que estaba bastante nerviosa por conocer a mi suegra y mi cuñado, pero por otro lado, solo con ver la cara de felicidad que tenía la morena sabiendo que iban a estar aquí, me hacía compartir aquella alegría.

- ¿Cómo vas con las evaluaciones, amor? – le pregunté acercándome al salón donde había colocado su portátil para atender a aquel tipo de reunión online. Dejé un beso en su hombro y una infusión sobre la mesa por si la necesitaba mientras hablaba con el resto de sus compañeros

- Un poco harta, pero bien. Tengo quince minutos de descanso – respondió mirándome con una sonrisa - ¿por qué no te sientas aquí un ratito conmigo? – me cogió de la cintura y me sentó sobre sus piernas, mientras dejaba algún que otro beso en mi cuello – qué bien hueles – susurró ascendiendo, obligándome a mirarla para unir nuestros labios

- Amelia – me volvió a besar frenando sus palabras – que en nada se vuelve a conectar tu cámara – dije sin poder separar mis labios de los suyos

- Está bien – retiró sus manos, que ya se colaban por debajo de mi camiseta y me liberó de su agarre - ¿te apetece que vayamos a dar un paseo cuando termine?

- Estoy cansada – pronuncié levantándome y yendo hacia el sofá donde me acurruqué, cogiendo una almohada para abrazarme a ella

- Un paseo cortito por aquí, te vendrá bien, cariño y a mí también

- Vale, pero despacio, que ya sabes que todavía no puedo ir a tu ritmo

- Prometido – Amelia se levantó con la taza en sus manos, se acercó a besarme dulcemente y me tendió una manta viendo que seguramente iba a quedarme dormida - ¿quieres que me vaya a la otra habitación para no molestarte?

- No, ya sabes que me gusta dormirme con tu voz. Despiértame cuando termines

Cerré los ojos y sentí cómo Amelia saludaba de nuevo a sus compañeros, aunque a ellos no los escuchaba porque la morena se había asegurado de ponerse los cascos para no hacer demasiado ruido. Sonreí al ver su implicación con cada alumno que nombraba y poco a poco me quedé allí dormida.

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- ¿Estás lista? – Amelia entró en el cuarto de baño, donde estaba yo mirándome al espejo y me abrazó por la espalda dejando un beso en mi mejilla - ¿vas a llevar el pañuelo? – me preguntó viéndolo encima del lavabo

- No sé qué hacer – respondí dudosa

- ¿Sabes que estás guapísima así, no? – dijo mirándome con el brillo en los ojos y señalando el pelo rubio que había comenzado a salirme desde el momento en el que terminé la quimio

- Ya, pero al final con pañuelo o sin él, las miradas de pena siempre me las llevo

- ¿Qué dices? Eso es lo que tú crees. La gente te mira porque eres muy guapa

Un susurro en la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora