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La cena de Nochebuena fue mucho mejor de lo que pensaba. Solo estuvimos mi madre, mi abuela y mi hermano, por lo que pude evitar aquellos comentarios tan incómodos que hacía el resto de la familia cada vez que me veía aparecer por allí.

También había sido todo más llevadero gracias a las llamadas que mantenía con Luisita cada día, contándome cómo estaba por fin disfrutando en su pueblo, especialmente con su hermana pequeña a la que parecía adorar y que, de vez en cuando, se colaba en nuestras conversaciones interesada en saber quién era la persona con la que hablaba tanto la rubia.

Luisita me había invitado a la fiesta que daba su hermana en el King's para despedir el año, pero le había prometido a mi madre que pasaría Nochevieja con ella, por lo que, finalmente, tuve que declinar aquel plan que tanto me gustaba, pero con la promesa de que nos veríamos en cuanto llegara a Madrid.

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- ¿Cómo vas, hija? – me preguntó mi madre asomándose por la puerta para ver si ya estaba lista para ir a cenar al restaurante en el que habían reservado para despedir el año

- Termino de rizarme un poco el pelo y estoy

- Perfecto, voy a ver cómo va tu hermano

- Oye, mamá – la llamé antes de que fuera al cuarto de al lado - ¿seguro que estás bien?

- Sí, hija, no te preocupes. Al final lo de Fernando y yo no ha podido ser, pero ya está. Yo soy feliz teniéndote a ti y a tu hermano y ahora que estás en casa más aún

- Me alegro – le sonreí – y a ver si te vienes a verme a Madrid unos días

- Tú deja que me organice y allí estaré – respondió dejando un beso en mi mejilla y yendo hasta la habitación de mi hermano pequeño a comprobar si estaba preparado o no.

El restaurante en el que había reservado mi madre era de unos amigos suyos y era donde solíamos cenar siempre, especialmente desde que mi padre se fue para no volver y aquellas fiestas se convirtieron en todo menos en fiestas. Sin embargo, mi hermano era muy pequeño entonces como para perder la magia tan pronto, por lo que mi madre y yo hicimos un esfuerzo para que las pasara de la mejor manera y aquel lugar en parte era como un hogar para nosotros, puesto que Gustavo y Ana siempre habían ejercido mejor papel de tíos que los propios de nuestra familia.

Nos habían dejado una mesa justo al lado de la chimenea, con tres platos reservados para ellos y para su hija, Lucía, que era de mi edad y que siempre había sido mi mejor amiga hasta que un día dejó de serlo. Y, no lo voy a negar, pero aquello me hacía estar aún más nerviosa porque todo se complicó en el momento en el que ella decidió tener como novio a una persona con los ideales contrarios a los que siempre habíamos defendido y con el que parecía haber roto hacía unos meses.

- Hola, Amelia, cariño – saludó Ana enseguida – cuanto tiempo, desde que estás por Madrid pasas bastante de nosotros

- Es que la vida allí es bastante estresante, ya sabes

- Sí, no será que has conocido a alguien y por eso ya no quieres ni venir – susurró para que solo la escuchara yo

- Bueno, puede que sí o puede que no – bromeé

- Eso es un sí claro

Saludé también a Gustavo que terminaba de hablar con unos clientes y al poco pude ver cómo Lucía se acercaba y comenzaba a saludar a mi madre y a mi hermano. Yo no sabía qué hacer, pero en cuanto ella se acercó a mí con una sonrisa, como si nada hubiese ocurrido, la abracé enseguida sintiendo lo mucho que la había echado de menos todo este tiempo.

Un susurro en la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora