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La noche de Reyes con Amelia había sido tan especial como me la había imaginado. Cenar con ella fue algo precioso, cada gesto que me dedicaba, cada segundo en el que solo con mirarnos bastaba y cómo me abrazó una vez en la cama como intentándome quitar todos los miedos de los que no era consciente.

El despertar a su lado fue igual de bonito, pero de eso ya habían pasado unos cuantos días y, como toda realidad siempre vuelve, estaba ya sentada en el sillón, recibiendo mi última dosis de quimioterapia antes de que me ingresaran al día siguiente, sola y con los cascos puestos después de haber quedado con María con que solo se pasaría a buscarme a la salida.

Lourdes y Alicia también estaban bastante ocupadas. Los lunes solía ser también día de analítica para la mayoría de nosotros y con la vuelta de las vacaciones se había terminado acumulando todo, por lo que no dejaban de poner vías y controlar a la gente que peor lo estaba pasando con el tratamiento.

Cerré los ojos disfrutando de la música que sonaba y, cuando me quise dar cuenta, Lourdes me acariciaba el brazo con calma para avisarme de que había terminado. Me quitó la vía y firmó el papel donde indicaba la dosis que me habían dado aquel día

- ¿Viene a buscarte María? – me preguntó

- Sí, me ha mandado un mensaje antes avisándome de que terminaba unas cosas y salía

- Perfecto, vete mientras a la cafetería a tomar algo, si te apetece, que en 10 minutos tengo yo un descanso

- La verdad es que sabiendo lo que me espera a partir de mañana, prefiero tomarme algo en la calle si quieres

- Me parece bien

- Por cierto, ¿Irene? Es muy raro que no haya venido hoy, ¿no? Le he mandado un mensaje antes y tampoco me ha contestado

- Luisita... - susurró agachando su mirada, con el semblante serio y ahí me temí lo peor

- Lourdes, ¿qué ha pasado? – le pregunté temblando ya

- Luisi ya sabíamos que era muy complicado

- Pero ¿está en su casa? ¿la han metido en paliativos? – Lourdes negó

- No, dime que no es verdad – le dije ya alterada – dime que no, por favor

- Estaba muy malita

- No, no puede ser cierto. Si estaba aquí, Lourdes, joder – solté con la angustia en mi pecho – y hablamos, y se encontraba mucho mejor, más animada, me estás mintiendo

- Ingresó el viernes por la noche con mucha fiebre, lo tenía todo extendido. Falleció ayer

- No – dije llorando ya - ¿por qué no me lo contaste? Joder, que soy tu amiga, que necesitaba saberlo

- Me enteré hoy al llegar y cuando te he visto había mucha gente, por eso quería que fueras a la cafetería, para contártelo allí tranquila. La incineran esta tarde y van a repartir luego sus cenizas. Su madre iba a avisarte, pero supongo que entre los trámites y todo le habrá sido imposible.

Asentí sin poder decir nada más, sintiendo cómo un nudo oprimía mi pecho y apenas me dejaba ya respirar. Salí corriendo hasta el escondite secreto que Marina y yo teníamos en aquel hospital y que había llegado a enseñar a Irene porque era el mejor lugar para gritar sin que nadie pudiera escucharte y me caí apoyada sobre la pared. Y grité y lloré hasta que no me quedaron más lágrimas por derramar.

- Hola – susurró María sentándose justo a mi lado – me acaba de contar Lourdes y supuse que estarías aquí

- ¿Cómo?, ¿cómo sabes de este sitio?

Un susurro en la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora