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Aquella noche me quedé a dormir, aquella y todas las que le sucedieron. Hablé con mi casero a la semana siguiente y decidí dejar el piso, era una tontería estar pagando cuando pasaba la mayoría de mi tiempo en el de Luisita.

La siguiente visita de Luisita a su hematóloga fue muy buena, todas las pruebas dejaban ver que se estaba recuperando muy bien y la médula no estaba dando ningún tipo de problema. De aquello habían pasado ya dos meses, yo me enfrentaba al final de curso, con el estrés que suponía, pero también la tristeza por dejar atrás a mis alumnos y ver lo mucho que habían crecido en aquel año, y la rubia, porque Luisita ya sí que era rubia, con la casi media melena que ya tenía y que le quedaba de maravilla, se enfrentaba a una nueva prueba en el hospital con la que, quizás, Mónica la podría volver a dejar incorporarse a sus consultas, aunque fuera con el alta voluntaria y yendo poco a poco.

Tenía pruebas durante toda la mañana por lo que yo, aprovechando que ya había examinado a todos mis alumnos y tan solo me quedaban en clase los pocos que tenían que recuperar la asignatura, había hablado con la jefa de mi departamento, que me había permitido escaquearme, pero con la condición de que tendría el teléfono móvil disponible por si ocurría cualquier cosa y me tocaba ir corriendo allí.

El verano todavía no había llegado, pero Madrid ya era un lugar sofocante, donde nos sobraba la mayoría de la ropa y la crema solar se había convertido en nuestra gran aliada. Luisita tenía que tener mucho cuidado con estas cosas, por lo que le había regalado, un poco también por la broma, un sombrero de margaritas, las flores que a ella más le gustaban, que llevaba encantada a la consulta y que acompañaba al amuleto de la suerte que siempre iba con ella.

- Es por aquí – me indicó señalando el letrero que indicaba el lugar de las analíticas para pacientes como ella

Las dos entramos en la sala de espera y, de repente, una doctora que pasaba por allí se paró, comprobando, supongo, si conocía a la persona que estaba a mi lado o no

- ¿Luisita? – preguntó algo dudosa

La rubia se levantó, ya con mucha más habilidad gracias al gran trabajo que había hecho de fisioterapia, y miró a la chica con una sonrisa

- ¿Laia? – dijo sin creérselo – madre mía, cuánto tiempo

Las dos se abrazaron con efusividad y una sonrisa en sus labios.

- ¿Cómo estás? Me han contado estos días lo que te ha pasado, tenía pendiente llamarte para preguntarte y ponernos un poco al día

- Bien, por ahora bien – asintió – tengo hoy pruebas, a ver qué me dice Mónica

- Sí, hablé con ella y me dijo que al principio tuviste bastantes problemas, pero que todo bien ya

- Sí – asintió - ¿y tú qué tal?

- Pues de vuelta al Marañón, ya me ves – respondió alegre – Terminé la residencia y me apetecía regresar a casa, a donde todo empezó

- Este hospital siempre será casa

- Muchas cosas hemos vivido aquí – dijo

- Y tanto – le siguió Luisita – mira, te voy a presentar – comentó mirándome a mí – Esta es Amelia, mi novia. Amelia, esta es una compañera del hospital que se nos fue a Andalucía, pero ya está aquí de nuevo

- Encantada – le dije amablemente

- Lo mismo digo – contestó – Me alegro mucho de que hayas encontrado a alguien – comentó con cariño – Y más con todo lo que habrás pasado

- Sí, Amelia ha sido uno de mis mayores apoyos en todo esto

- Qué bien – sonrió – Bueno, chicas, os tengo que dejar que empiezo consultas ya. Hablamos y nos tomamos un café un día de estos

Un susurro en la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora